Reclinado como una Venus

Sylvia Sleigh quiso retratar a ambos sexos “con dignidad y humanismo”. Para ella era necesario hacerlo porque las mujeres habían sido pintadas como objetos de deseo, en poses humillantes

'The back' (2008-2009), de Ellen Altfest.

Escribo desde un avión que cruza el océano Atlántico y más tarde lo hago sentada sobre la moqueta de un aeropuerto norteamericano. Cuando tome el siguiente vuelo seguiré con ello. Es un viaje largo, y a ratos busco en internet imágenes de pinturas que me conmueven (Sylvia Sleigh, Mary Cassatt, ...

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Escribo desde un avión que cruza el océano Atlántico y más tarde lo hago sentada sobre la moqueta de un aeropuerto norteamericano. Cuando tome el siguiente vuelo seguiré con ello. Es un viaje largo, y a ratos busco en internet imágenes de pinturas que me conmueven (Sylvia Sleigh, Mary Cassatt, Remedios Varo) o entrevistas que me interesan (Rafael Chirbes responde con un lamento por el estado de nuestro país cuando le preguntan qué siente al saber que uno de sus libros ha sido el más aclamado por la crítica, y Sylvia Sleigh habla tranquilamente desde un sofá mullido —con su cuerpo octogenario fundido con el mueble— sobre lo ridículo que le parecía que, en su época de estudiante, los modelos hombres posaran con los genitales tapados). Dormito un par de horas sobre la moqueta del aeropuerto y cuando me levanto para lavarme la cara, leo en una pancarta llena de glamur que somos la manera en cómo viajamos.

Vuelo al invierno con la ilusión de poder aislarme del mundo en un taller de grabado y ver nevada la cordillera de los Andes, el gran telón de fondo que pinta de un blanco luminoso la ciudad de Santiago de Chile, pero me recibe un cielo rojo que recorta la silueta negra de la hilera de montañas. Me gustaría pintar este amanecer que parece el fin del mundo, pero me cuesta trasladar paisajes a un papel. Prefiero los rostros: para mí, la pintura es vincularse irremediablemente con el referente, construir una correspondencia entre quien mira y aquello que es mirado y, al contrario que algunas personas, soy incapaz de apasionarme con un estante de medicinas.

En mi juventud solo mentí dos veces y ambas tuvieron que ver con la pintura: me matriculé a escondidas en la carrera de Bellas Artes (en casa esperaban estar orgullosos de una hija abogada o arquitecta) y pedí sin informar a nadie una beca de pintura que me llevó a cruzar la cordillera de los Andes cuando todavía no había hecho nada sin la ayuda de nadie. ¿Por qué pintamos, si llevamos tiempo leyendo que la pintura pertenece al pasado? Parece ser que está muerta pero no podemos explicar la fuerza de una tela en la pared de una sala, la emoción delante de un fundido, los enfrentamientos que la pintura puede provocar. La hija quiere estudiar Bellas Artes, la madre le dice que ella sirve para algo más grande, la hija se enfada y se desata la tormenta.

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Sigo mirando imágenes sentada sobre la moqueta azul. Los desnudos de Sylvia Sleigh y los autorretratos de Celia Paul. Qué cerca y qué lejos están ambas autoras. Las dos cuestionan las representaciones tradicionales del cuerpo humano pero cada una las aborda desde un lugar distinto. Observo una pintura con seis figuras de hombres desnudos, peludos y lánguidos. “Quise dar mi perspectiva, retratando ambos sexos con dignidad y humanismo”, leo que dijo Sleigh. Para ella era necesario hacerlo porque las mujeres habían sido pintadas como objetos de deseo, en poses humillantes. El deseo no le molestaba; era la objetualización lo que la disgustaba. Sleigh, como Paul, también se autorretrató en innumerables ocasiones. En una de ellas es su marido, el crítico de arte Lawrence Alloway, el que aparece desnudo en primer plano reclinado como una Venus, entregándose a una mujer que pinta su propio reflejo en un espejo.

Sylvia Sleigh se deleita con los pelos de los cuerpos que retrata, su pincelada parece torpe, sus figuras están deformadas. Su obra me lleva hasta la obra de otra mujer que también busca la igualdad en la representación y parece partir del trabajo de la primera, desde un lugar hiperrealista nos lleva a la abstracción. Ellen Altfest fragmenta los cuerpos con la precisión de un cirujano. Su estudio parece minúsculo y está lleno de plantas. La veo enfundada en un polar de capucha roja con pinceles de dos pelos en la mano, mirando el tronco de un árbol muerto, congelada de frío. Me maravilla admirar la belleza con la que pinta todos y cada uno de los pelos de los cuerpos de los hombres… y yo que pensaba que eso de pintar pelos era anecdótico…

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