La realidad disminuida
Mientras en la Viena de antes de la guerra el nazismo se abría paso en las calles, un grupo de intelectuales discutía sobre una dimensión nueva de la vida, un orden nuevo representado por el inconsciente
Antes de la Segunda Guerra Mundial, la capital del Imperio Austrohúngaro, Viena, era una de las capitales más interesantes de Europa. Tanto desde el punto de vista de las artes plásticas como de las creaciones científicas universitarias, era una de las ciudades más creativas del viejo continente. Solamente en el campo económico, para nombrar uno, sus pensadores habían asumido un liberalismo radical, que defendía los postulados libertarios, llevándolo a un extremo radical y sin concesiones. Y en otros dominios, en Viena misma, había nacido un poco al margen de la publicidad, por explícito deseo...
Antes de la Segunda Guerra Mundial, la capital del Imperio Austrohúngaro, Viena, era una de las capitales más interesantes de Europa. Tanto desde el punto de vista de las artes plásticas como de las creaciones científicas universitarias, era una de las ciudades más creativas del viejo continente. Solamente en el campo económico, para nombrar uno, sus pensadores habían asumido un liberalismo radical, que defendía los postulados libertarios, llevándolo a un extremo radical y sin concesiones. Y en otros dominios, en Viena misma, había nacido un poco al margen de la publicidad, por explícito deseo de sus miembros, la Asociación Psicoanalítica Vienesa (que luego pasó a llamarse Asociación Psicoanalítica Internacional), que tendría un desarrollo polémico y discutible, a la vez que ganaba ciudades y países de manera relativamente clandestina. Los miembros de esta asociación en los años siguientes persistieron, empezando por su líder, el doctor Sigmund Freud, que acababa de realizar su viejo sueño, ser miembro docente en la Universidad en la que había estudiado, gracias a dos padrinos poderosos: Hermann Nothnagel y Richard Von Krafft-Ebing, quienes lo propusieron como profesor extraordinario, algo con lo que aquel había soñado siempre.
Ahora bien, en tanto que desde el punto de vista oficial Viena florecía de manera genuina, desde el punto de vista popular, la influencia del nazismo vecino, sobre todo en el odio manifiesto a los judíos, causaba verdaderos estragos y permitía a los oportunistas acaparar posiciones que tenían cada día más afinidad con el orden político.
No cabe duda de que se trata de un fenómeno interesante. A la vez que en la calle cada vez se hacía más presente el prejuicio nazi contra los judíos, en la ciudad misma, un grupo de científicos del más alto nivel discutía sobre una dimensión nueva de la vida que hasta entonces no parecía tener la repercusión que tendría en los próximos años; un orden nuevo, representado por el inconsciente, que escapaba a todo el universo vital representado por todo lo conocido hasta entonces: un orden hecho de sueños reprimidos y fantasías de sueños inconfesables y verdades antojadizas; es decir, la realidad de ese inconsciente siempre inesperado, que creaba una distancia radical entre la cultura oficial y un grupo casi clandestino de médicos que reivindicaban, como una realidad central de la vida individual y como hechos indiscutibles de la experiencia humana, teorías y realidades de difícil comprobación.
Aunque los hechos culturales tengan siempre un origen relativo, no es arbitrario decir que el fenómeno psicoanalítico nació en Viena, de donde era oriundo el primer presidente de la asociación que lo propugnaba, y donde, aunque no fueran de esa tierra la mayoría de miembros de aquella asociación, es evidente que aquella realidad o irrealidad representada por el inconsciente surgió al mismo tiempo que una sociedad concreta estaba a punto de ceder políticamente a una doctrina fanática y elemental hecha de prejuicios y falsificaciones de largo origen, la misma sociedad en que las artes y ciencias habían prosperado extraordinariamente gracias a una política oficial abierta y que ofrecía una oportunidad a las voces e inventos nuevos.
Aunque hasta ahora haya científicos que ponen en duda su existencia, sigue siendo su naturaleza algo devastador que implica una realidad que no existe. En todo caso, aquella frustración ha dejado de existir y, de hecho, su vigencia relativa forma parte ya de nuestras vivencias. Se diría que quienes menos lo notaban en el pasado se resignan a aceptar su evidencia aunque, en el fondo, duden de ella.
Lo cierto es que, aunque nacido pese a la incomprensión de muchos científicos, el “inconsciente” está allí, junto a nosotros, y buena parte de los ensayos más audaces de nuestro tiempo lo autorizan y suponen. La realidad ha ido justificándolo y dándole una verdad, aunque todavía muchos científicos se nieguen a darle su sentido, siempre que lo tenga, sea mucho, poco o nada. ¿Tuvo que ver su impreciso nacimiento con esa condición de realidad a medias que es la suya? Seguramente, pero eso es un tema difícil y tanto, que muchos se niegan todavía a tocarlo.
En todo caso, el hecho es que, nacido en un momento difícil y controvertido, todavía existe sólo a medias, como una referencia, sin que su existencia convenza a muchos, como la noche o el día, y esté sólo aceptada a medias cuando no haya más remedio y en casos siempre extremos como una verdad que se impone de manera excepcional y siempre escurridiza. Su aceptación será siempre llamativa, como si en ello jugara un papel importante el hecho de que naciera en circunstancias discutibles, en un grupo que no acaba nunca de ser aceptado por todo el mundo, ya que aquel grupo se dividió e incluso desapareció, aunque dejara muchas huellas de su célebre existencia.
¿Quién cree hoy en día que el inconsciente sea la secreta materia de que están hechos los seres humanos, que esa sea su realidad primera? Pocas personas, aunque buena parte de la ciencia se subordine a ella y encuentre en ella su última justificación. ¿Tiene que ver en ello su destino más íntimo? El hecho de que naciera en Viena en un momento en que estaba llamado a desaparecer, barrido por un acontecimiento en el que toda verdad científica era abolida por una realidad fanática y excluyente condenada a morir al cabo de pocos años. Otra verdad menos visible se impondría seguramente en su reemplazado. Si el “inconsciente” hubiera nacido en Inglaterra o en Francia, no habría tantas dudas como el hecho de que naciera en Viena. Su existencia está condicionada por el lugar de su mismo nacimiento.
La verdad es que, pese a todo, nadie se atreve a negarlo abiertamente. El escepticismo que lo hostiga no suele dar la cara, pues hay demasiados casos en que se justifica. En todo caso está ahí, detrás de muchos aspectos de la vida que lo delatan o suponen, aunque en otros aspectos plantee su existencia una duda integral, ya que no es tan evidente como lo son las estrellas o las piedras, es decir, una cualidad en la que otras realidades se imponen. Su verdad es oblicua y se avecina a la verdad de manera indirecta como si dependiera de pronto, asida a otras realidades de la cual fuera parte integrante. El “inconsciente” es así una realidad de la que cabe siempre dudar, como si su remoto origen formara parte de ella y su condición fuera siempre precaria.
Y, sin embargo, la verdad es que sin ella la libertad de los seres humanos sería menos posible. Lo extraordinario que hay en ella es que no está en ninguna otra parte. ¿Somos eso que significa siempre indeterminación? Sin duda, es posible, y lo es también que sea su nacimiento, en circunstancias tan difíciles, lo que disimula su condición abierta y libre, en tanto que alrededor de ella se daban todos los excesos de la barbarie, una cualidad que Europa, negándose a sí misma, admiraba que tuviera padrinos de tan alto nivel. La realidad del “inconsciente” es esa verdad que no es segura, y que, sin embargo, estará allí siempre para recurrir a ella en última instancia, cuando ya no quepa otra existencia que la suya.