Las vacaciones no sirven para nadie

El ocio es tan fundamental para la construcción de la ciudadanía que sin él la democracia sería inviable. El problema es que el tiempo está más regulado y mercantilizado que nunca

Una joven toma el sol en el paseo marítimo de la Malvarrosa.Manuel Bruque (EFE)

Tengo una amiga que ha decidido irse una semana de vacaciones a su propia casa en el centro de Madrid. Sola. Sin su pareja, sin sus hijos y sin su perro. Su plan, una vez llegue a destino, consiste en cerrar la puerta, encender el aire acondicionado, apagar todos los dispositivos y, a continuación, dedicarse a sí misma. Me cuenta que a lo mejor no hace nada o que quizá lea o practique yoga. Pero no tiene claro qué sucederá: su viaje es pura...

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Tengo una amiga que ha decidido irse una semana de vacaciones a su propia casa en el centro de Madrid. Sola. Sin su pareja, sin sus hijos y sin su perro. Su plan, una vez llegue a destino, consiste en cerrar la puerta, encender el aire acondicionado, apagar todos los dispositivos y, a continuación, dedicarse a sí misma. Me cuenta que a lo mejor no hace nada o que quizá lea o practique yoga. Pero no tiene claro qué sucederá: su viaje es pura aventura e incertidumbre, pues mi amiga piensa concentrarse única y exclusivamente en su tiempo de ocio. No quiere ir a ninguna parte, se conforma con estar en el mundo de una manera particular: “ociosa y nada más”.

El viaje que propone no es fácil porque el ocio no es cualquier cosa ni está al alcance de cualquiera por cuanto se trata de ese tiempo que uno utiliza para construirse a sí mismo, para crecer. Ocio, en griego antiguo, se dice skholè, y significa “tiempo libre”, que es raíz de la palabra latina schola, de donde viene nuestra actual escuela. Y tiene sentido, porque sin ese tiempo dedicado a nosotros mismos y a hacer las cosas que deseamos por nuestra cuenta, no hay educación posible ni ciudadanos posibles. Así pues, el ocio es tan fundamental para la construcción de la ciudadanía que sin él la democracia sería inviable. El problema de nuestra sociedad es que el tiempo está más regulado y mercantilizado que nunca, y la mayoría habitamos única y exclusivamente en el tiempo productivo.

Como todos sabemos, quien mejor regula el tiempo productivo es el trabajo y más concretamente el trabajo remunerado que se hace para otros, el que no pertenece a uno. El problema es que desde el fordismo hasta hoy, la regularización del tiempo ha ido en aumento hasta llegar a unos niveles insoportables. Porque en el interior del puro tiempo de trabajo —las horas de dedicación que firmamos por contrato— se han ido introduciendo nuevas regulaciones, microtiempos que aprietan aún más el alma del trabajador contemporáneo. Hablo del tiempo de la productividad, de la eficiencia y la competencia que son nuevas microregulaciones y en consecuencia nuevas maneras de acabar con la posibilidad de cualquier clase de ocio o construcción personal. El tiempo del trabajo se puede abandonar al terminar la jornada, pero las microregulaciones se meten en el tuétano mismo de la identidad.

¿Qué son entonces las vacaciones? Desde este punto de vista, pura recuperación de la fuerza de trabajo. ¿Y a quién sirven las vacaciones? Al trabajo sin lugar a dudas. ¿Acaso no podemos dejar de ser productivos ni siquiera cuando no trabajamos? Desgraciadamente es muy difícil porque las nuevas tecnologías han entrado también en esta nueva dimensión de la productividad complicando aún más las cosas. Tanto es así que las redes sociales se han convertido en una nueva extensión del trabajo. De modo que en nuestra sociedad cada minuto del día es potencialmente monetizable, especialmente para las empresas que gestionan y utilizan estas redes para sus objetivos comerciales. Por eso las redes son tan adictivas y sus feeds enganchan tanto. No es una casualidad: están diseñadas para ello, ya que los usuarios somos el producto con que comercian y nos necesitan siempre en el escaparate.

Al mismo tiempo, el hecho de que muchas de nuestras interacciones sociales sean virtuales —conversaciones, bailes, ligues, debates, encuentros…— propicia que hasta en nuestro tiempo de descanso o intimidad entren los otros de una u otra manera, y con ellos también sus juicios y sus expectativas. Así, para estar solos y ya no basta con cerrar la puerta o poner tierra de por medio. Viajamos para contarlo a los amigos, para vernos disfrutar y también para que nos vean, para conseguir eso que llamamos “unas buenas vacaciones” que son, en definitiva, unas capaces de cumplir con su objetivo y dejarnos listos para regresar al trabajo con energía renovada. En un contexto así, no hay lugar donde huir o resguardarse y la única salvación es interna. Así, la idea de mi amiga de quedarse ociosa en su casa es una forma de activismo y de combate, igual que lo sería decidirse a no participar de nada que tenga un objetivo… Por lo menos en vacaciones. No crean con esto que les estoy invitando a no salir de casa o a apagar sus dispositivos el próximo agosto, ni siquiera a borrarse de las redes sociales. El poder de apagar, igual que el de no trabajar está reservado a muy pocos privilegiados, que son cada vez menos. Al contrario, la mayoría necesitamos por unas u otras razones estar conectados, estar informados, conseguir visibilidad para nuestros proyectos, estar disponibles para nuestros amigos, para nuestra familia… para nuestro teléfono después de todo. Sin embargo, algunas cosas sí podemos hacer para no terminar ahogados en el mar del tiempo productivo. Personalmente, no voy a quedarme en casa y mucho menos sola, pero internamente me he prometido una bajada importante en la eficiencia, hacer las cosas solo a medias en los próximos días, no interesarme demasiado por lo que haga o vaya a hacer y visitar en algún momento, si la suerte me sonríe, algún espacio de no productividad.

No sé si lo lograré, pero confío en que, esté donde esté, será divertido intentarlo. Porque el aburrimiento es lo contrario del ocio, el que se aburre es porque no sabe cómo crecer, no sabe qué hacer con su vida ni con su tiempo, carece de libertad suficiente y de los conocimientos necesarios para saber quién es o qué desea. No hace falta, pues, salir del salón para pasarlo bien, pero es imprescindible conocerse a uno mismo. Visto así, las vacaciones que tanto deseamos y el descanso que prometen no parecen tarea fácil. La buena noticia es que, aún siendo difícil, este verano podría ser nuestro. Así que ya saben, diviértanse, rebélense y a ser posible no se lo digan a nadie, no compartan sus mejores momentos y quédense con todo. Me despido de este espacio hasta septiembre no sin antes desearles un agosto carente de objetivo y pleno de sentido.

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