‘Seniors’
Ni como hijos ni como país sabemos qué hacer con nuestros viejos cuando no se valen solos
Cada mañana, mientras me maqueo para ir al curro, escucho un anuncio en la radio que no sé si me da más pena o más miedo. Un hombre habla por el móvil con su hermana y le suelta: “Me llamó la vecina y me dijo que papá se había caído; necesita a alguien que lo acompañe”. La hermana, que no sabía nada, conviene, compungida: “Sí, es lo mejor, vamos a decírselo”. De fondo, una voz solícita canta el teléfono y la web de una de esas empresas de cuidados a domicilio de nombre cuqui, tipo Seniors, y asunto arreglado. Lo peor del spot, puro realismo sucio, es que es b...
Cada mañana, mientras me maqueo para ir al curro, escucho un anuncio en la radio que no sé si me da más pena o más miedo. Un hombre habla por el móvil con su hermana y le suelta: “Me llamó la vecina y me dijo que papá se había caído; necesita a alguien que lo acompañe”. La hermana, que no sabía nada, conviene, compungida: “Sí, es lo mejor, vamos a decírselo”. De fondo, una voz solícita canta el teléfono y la web de una de esas empresas de cuidados a domicilio de nombre cuqui, tipo Seniors, y asunto arreglado. Lo peor del spot, puro realismo sucio, es que es buenísimo. Debe de funcionarles, si no, ya lo hubieran retirado, y llevo semanas oyéndolo. Por desgracia, ya no soy público objetivo: muertos mis padres, se acabó la rabia. Pero lo veo de cerca cada día en mi entorno. Ni como hijos ni como país sabemos qué hacer con nuestros viejos cuando no se valen solos. Y muchas veces no son ellos quienes deciden qué hacer con sus vidas. El anuncio me revuelve, y no solo el estómago.
Luego llego al trabajo y se me pasa, claro, pero últimamente ni allí me lo quito de la cabeza. Frente a mi ventana, en un expolígono atestado de coches de lunes a viernes y desierto en festivos y fines de semana, están construyendo una residencia de mayores. Uno de esos mamotretos ultramodernos con paramentos ultralisos y ventanas cual celdas de Zoom que lo mismo serviría de centro logístico que de hospital que de cárcel. Aún les queda tajo a los operarios, pero el otro día ya vi a un camión descargando equipamientos. Después llegarán las camas articuladas, las cámaras de la macrococina, las grúas de los dependientes, y, finalmente, los nuevos residentes, muchos de los cuales solo saldrán con los pies por delante. Acaba de aprobarse una normativa que obliga a las nuevas residencias de mayores a recrear un hogar para sus moradores en entornos residenciales, pero me temo que mis nuevos vecinos llegarán tarde, o pronto. No siempre es sencillo cuidar de quien te cuidó de niño. A veces, es imposible. Debe de ser dificilísimo tomar ciertas decisiones. Ya digo que, como hija, ese dilema ya no me toca, pero más pronto que tarde les tocará a las mías. Solo aspiro a que no se enteren de que me he caído por una vecina, si es que se enteran. Anoche, entre los sofocos de la ola de calor y los otros, soñé que los obreros tendían una pasarela entre mi ventana y las suyas remedando aquel puente a la jubilación de otro mítico anuncio. Necesito vacaciones.