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Cuando se vaya Boris...

La tragedia de Johnson es que no tenía ni idea de qué hacer con el Brexit, como tampoco lo sabe ninguno de los conservadores que aspiran a sustituirle, ni el líder laborista de la oposición. No es mal momento para sembrar la semilla de una reversión

Boris Johnson, tras anunciar su renuncia como líder conservador, el pasado 7 de julio en Downing Street.
Boris Johnson, tras anunciar su renuncia como líder conservador, el pasado 7 de julio en Downing Street.NIKLAS HALLE'N (AFP)

Los tories han echado a un primer ministro cuyo nombre estará inexorablemente ligado al Brexit. La tragedia de Boris Johnson es que no tenía ni idea de qué hacer con él. Si miramos el abultado campo de candidatos a sustituirle, tampoco hay uno solo que lo sepa. Cuando su sucesor pierda las próximas elecciones, será sustituido por...

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Los tories han echado a un primer ministro cuyo nombre estará inexorablemente ligado al Brexit. La tragedia de Boris Johnson es que no tenía ni idea de qué hacer con él. Si miramos el abultado campo de candidatos a sustituirle, tampoco hay uno solo que lo sepa. Cuando su sucesor pierda las próximas elecciones, será sustituido por sir Keir Starmer, otro que tampoco tiene la más mínima idea de qué hacer con el Brexit.

De lo que probablemente no se dan cuenta los tories, que por algo se llaman el Partido Estúpido, es de que la campaña contra Johnson ha sido sobre el Brexit. No hay que dejarse engañar por los analistas que dicen que ni uno solo de los contendientes está a favor de una reversión del Brexit. Por supuesto que no. Sir Keir también descartó una reversión del Brexit. No se trata de lo que los políticos actuales dicen que harán. Se trata de lo que van a hacer sus sucesores una vez que ellos hayan fracasado.

Michael Heseltine acuñó la frase de que si se va Boris, se va el Brexit. Junto con su co-conspirador, lord Adonis, Heseltine fue una de las principales voces de la campaña en favor del segundo referéndum. Los dos líderes del Movimiento Europeo de Reino Unido ven ahora una oportunidad.

Yo no era partidario de la campaña del segundo referéndum, porque consideraba que había que respetar las decisiones democráticas. Pero ahora es un buen momento para que esa campaña comience, siempre y cuando se tenga una visión a largo plazo. Los brexiteros viven en la ilusión de que el Brexit es irreversible. Pero no entienden las implicaciones profundas que tiene la salida de la UE. Lo difícil del Brexit no ha sido marcharse, por muy duro que haya sido. Lo que resulta mucho más difícil es lograr que funcione. El impacto económico depende enteramente de lo que uno haga con él. Yo he sostenido en el pasado que el Brexit supondría una pérdida cierta de producción económica por las fricciones comerciales, y una ganancia incierta por las nuevas oportunidades de crecimiento. Ya ha habido una pérdida. Pero no se ha ganado nada en absoluto. El impacto combinado es, por tanto, negativo, no de forma drástica, pero sí negativo.

Uno de los pocos que lo entendió claramente fue Dominic Cummings, antiguo asesor de Johnson y líder de la campaña del Brexit. Hacer que el Brexit funcione no tiene nada que ver con bajar los impuestos. Habría sido necesaria una revolución social, pasar de una economía feudal, dominada por Oxbridge, a una potencia de alta tecnología moderna, en la que los mejores y más brillantes no se incorporen a los bancos, o a las organizaciones de los medios de comunicación, sino que busquen carreras en empresas de nueva creación y, finalmente, hagan el esfuerzo de lanzar su propia compañía. Ponerse al nivel necesario no consiste en un tren rápido al noreste de Inglaterra o más autobuses. Tendría que haberse centrado en la biotecnología, los coches autodirigidos, la inteligencia artificial y las criptomonedas. Para ello, el Gobierno tendría que haber reclutado a los raritos y a los inadaptados, y deshacerse de los “sir Humphreys”. Johnson logró completar la primera etapa del Brexit. Y no tuvo ningún interés en recorrer la segunda etapa.

La revolución de la que hablo no se desarrolla en el espectro político de izquierda y derecha. No se trata del thatcherismo, el blairismo u otras ideologías sociales de mercado del siglo XX. El Brexit puede ser un éxito o un fracaso bajo diferentes combinaciones de impuestos y gasto público. Lo que sí requiere el Brexit es un modelo de negocio empresarial. Esto empieza por la educación. El sistema educativo británico está irremediablemente anclado en el pasado. Incluso asignaturas como la informática están ancladas en el siglo XX. En el nivel del Certificado General de Educación Secundaria todavía se enseña cómo funcionan las impresoras. Si realmente quieres alcanzar la excelencia en las tecnologías del siglo XXI, no necesitas competencias del siglo XIX.

No hay que olvidar que todos los mayores avances tecnológicos de la informática moderna han sido desarrollados en el sector privado por empresas como Google y por personas con una formación académica diversa. Este no es un mundo en el que el éxito es un camino que va de una escuela privada a una universidad de élite y a un banco de inversión. Ese camino estaba bien protegido contra los intrusos.

Cuando llegué a Gran Bretaña por primera vez en la década de 1980, al igual que a tantos otros en Alemania, me costó al principio entender el origen del sentimiento contra la UE. Como periodista que observaba a Johnson actuar en los pasillos —y en los bares de copas— de Bruselas, me di cuenta de que todo era una cuestión de poder personal. Johnson tenía la habilidad de sacar de quicio a todo el mundo. Pero nunca habría alcanzado un alto cargo político en Europa. Las élites que gobiernan la UE tienen diferentes orígenes. Se puede entender el Brexit como un intento de los etonianos de proteger su estatus en la sociedad. La ironía con el proteccionismo de las élites es que te saca de la UE. Pero después ya no tiene éxito.

Para mí, el mandato de Johnson como primer ministro se terminó cuando se marchó Cummings. Este era un operador defectuoso, demasiado arrogante y demasiado ingenuo respecto a la política. Pero entendía la naturaleza de la transición que había que hacer. Ahora estamos de vuelta a la política de siempre. Solo hay que escuchar a los aspirantes al liderazgo conservador, discrepando sobre los recortes de impuestos.

Por eso creo que ahora no es el peor momento para sembrar las semillas de una reversión del Brexit. Al igual que las plantas exóticas que tardan años en arraigar en el subsuelo, también podría parecer que ese movimiento no llega a ninguna parte, hasta que, un día, sea el momento propicio.

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