Tribuna

Operación salida… de los cuerpos amantes y gozosos

Nuestros cuerpos llevan demasiado tiempo silenciados, nos hemos acostumbrado a contenerlos y encerrarlos. Así que quizá no baste con desnudarlos al sol para que se sientan libres y gozosos

Bañistas en la piscina de la Casa de Campo de Madrid, en junio.JUAN BARBOSA

Estoy en una piscina escuchando la conversación entre dos amigas adolescentes. De repente, una grita. “¡Por fin! Está aquí. ¡Es él! Fíjate, es guapísimo”, mientras señala a un joven en bermudas que avanza desde la entrada. El muchacho arrastra las chanclas por el lateral de la pileta cuando la otra sentencia. “Qué exagerada. Normalito como mucho”. “¡No lo estás viendo bien! Mira aquí”, insiste poniendo el teléfono móvil frente a los ojos de su colega. “Si no te parece guapo, es que no has visto su Instagram”. Las amigas, igual que yo, están semidesnudas, las tres nos cubrimos con escuetos biki...

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Estoy en una piscina escuchando la conversación entre dos amigas adolescentes. De repente, una grita. “¡Por fin! Está aquí. ¡Es él! Fíjate, es guapísimo”, mientras señala a un joven en bermudas que avanza desde la entrada. El muchacho arrastra las chanclas por el lateral de la pileta cuando la otra sentencia. “Qué exagerada. Normalito como mucho”. “¡No lo estás viendo bien! Mira aquí”, insiste poniendo el teléfono móvil frente a los ojos de su colega. “Si no te parece guapo, es que no has visto su Instagram”. Las amigas, igual que yo, están semidesnudas, las tres nos cubrimos con escuetos bikinis. El joven galán pronto se quitará la camiseta y entonces el mismo sol nos bañará a los cuatro. Sin embargo, por distintas razones, nuestros cuerpos seguirán encerrados. El verano ha llegado, los cuerpos parecen desperezarse y abandonar uniformes, ropas y normas. Sin embargo, por más que ofrezcamos nuestras carnes al sol como si fuera el mismísimo dios del placer, nuestro cuerpo a menudo sigue preso.

Al principio, lo de las jóvenes buscando en Instagram la excitación por un cuerpo que tienen delante me parece tan duro como el suelo de la piscina madrileña donde intento relajarme. Así que decido pasar de ellas y volver a mi libro. Estoy leyendo Lo que hay, la primera novela de Sara Torres. Ella escribe. “Todas las amantes desean llegar juntas al verano, entregarse la una a la otra en la desaceleración del tiempo, bajo un sol sin obligaciones rutinarias. El enamoramiento exige la suspensión de la actividad mundana, oficial, productiva. Necesita poder beneficiarse de una holgazanería vivida en un estado de plenitud y es ahí cuando más extenso y revelador se vuelve. Redimirnos del tiempo adulto hace del enamoramiento algo revolucionario”. Vuelvo a mirar a mis jóvenes vecinas. Más abajo contemplo mis muslos detrás de la página del libro. En la portada una joven sale del agua con las manos tapando los ojos, como si no tuviera valor para ver lo que nos invita a mirar. Creo que es la propia Sara. A continuación, miro con extrañeza a las personas expuestas al sol sobre el cemento que rodea la piscina. La mayoría son mujeres. Y me pregunto si será posible el goce para estos cuerpos modernos.

Porque nuestros cuerpos, los de todas (y todos), llevan demasiado tiempo silenciados. De hecho, nos hemos acostumbrado a contenerlos y encerrarlos. Así que quizá no baste con desnudarlos al sol para que se sientan libres y gozosos. Después de todo, tiene que ser difícil acercarse con naturalidad a otro cuerpo cuando llevamos años trabajando escrupulosamente nuestra distancia social. En realidad, hace solo unos meses que nos hemos retirado la máscara que nos ha cubierto el rostro durante años. De hecho, lo más probable es que la primera vez que mi vecina de piscina viera el gesto de su enamorado fuera en una red social. Sin darse cuenta, las dos amigas que tengo al lado han vivido su adolescencia con la voz y la boca cubiertas por una máscara. ¿Qué relación pueden tener ahora con la sensualidad que promete el verano a las amantes de Sara Torres? Comprendo que los nativos digitales, esos para quienes “gustar” es sinónimo de pulsar un corazón en el centro de su smartphone, se sientan más seguros seduciéndose a través de una pantalla. Allí no se suda, ni se huele, ni se muestra lo que no se quiere. Allí hay filtros y música y un montón de efectos estimulantes. Claro que allí no se puede oler, ni lamer, ni temblar… Y lo peor de todo: en la pantalla no se puede esperar. Pienso que es realmente certera Sara Torres cuando habla del tiempo de las amantes, porque la única manera de sacar el cuerpo de la prisión de lo productivo es alterando su relación con el tiempo. Es por eso que esperamos con tanta ilusión el verano: porque nos asegura que ese otro tiempo es posible. Lo que yo me pregunto es si sigue siendo posible a estas alturas, en julio de un año como 2022.

Nos engañamos diciendo que bastará con tener vacaciones, como si el cuerpo que domesticamos durante 10 o 11 meses al año pudiera ser libre al pasar una hoja del calendario. Pero no es verdad. La burocracia nos paraliza el cuerpo, la economía nos mete el miedo por los poros, las aplicaciones bancarias encogen el estómago, la firma digital aprieta como una faja y el dinero que dejaremos de tener cuando lo gastemos este verano funciona como una amenaza que nos invita a meternos en un búnker antes que a zambullirnos en el mar. Eso sin contar con toda la biopolítica que llevamos encima, con toda esa conversación social sobre el control de nuestro cuerpo por parte de las instituciones (especialmente el de las mujeres) que tenemos que soportar y en el peor de los casos asimilar. Gritamos que nuestros cuerpos son cada vez más libres y más nuestros pero, al mismo tiempo, sentimos una soga que aprieta cada vez más fuerte. Yo la siento justo aquí, en la herida donde me aprietan estas preguntas. ¿Qué puedo hacer con mi piel sensual y mi deseo? ¿Seré capaz de entregarme a la desaceleración del tiempo y a la más pura holgazanería? ¿Puede ser el placer una nueva forma de obligación? ¿Existe de verdad ese tiempo desacelerado o es solo la forma en que nombramos la cola del centro comercial cuando está cerca de la playa?

A lo mejor tiene razón la joven del smartphone y resulta que la corporalidad no es más que un estorbo para gozar de una vida realmente moderna. ¿Quién querría un cuerpo en un mundo convencido de que existen cuerpos bonitos y otros que no lo son? ¿Podría un cuerpo amante abrirse paso en un verano donde la mayoría de miradas arrojan un juicio hegemónico sobre cada culo, tobillo o bíceps que contemplan? ¿Quién podría en un mundo así concentrarse en el sabor de una sandía? ¿Quién podría aceptar el paso del tiempo sobre la piel bella y cansada? ¿Quién aparcar la melancolía que provoca recordar todo el placer que algún verano fue pero ya no?

El libro de Sara Torres ya lo he terminado y les aseguro que es una buena guía para la liberación. Recuperar el cuerpo no va a ser fácil, pero la resistencia del goce es combativa. Y no. No piensen que me estoy refiriendo a todas esas fotografías de pies con uñas esmaltadas sobre aguas turquesas que inundarán las redes: el goce del cuerpo nada tiene que ver con la autocontemplación onanista de quienes se pasan el verano diciendo aquello de “pero qué bien estamos”. Les aconsejo empezar por Lo que hay, el título perfecto de la novela de Sara Torres (Penguin). Eso nos ayudará a mirarnos unos a otros sin necesitar ninguna aprobación. Después pasarán cosas, pasará incluso este verano. Y, si tenemos suerte, puede que podamos lamer la sal de un hombro húmedo que sale del mar y saber que no necesitamos nada más. Podríamos llamarlo revolución, cuerpo o sencillamente verano.

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