Las elecciones legislativas francesas han supuesto un importante revés para el presidente Macron, que queda lejos de la mayoría absoluta. En los últimos cinco años, la concentración de poderes en el palacio del Elíseo ha anulado la función del Parlamento. Pero la sociedad durante estos años ha seguido tensándose y el descontento ha encontrado válvulas de escape en la calle o en los partidos y candidatos...
Las elecciones legislativas francesas han supuesto un importante revés para el presidente Macron, que queda lejos de la mayoría absoluta. En los últimos cinco años, la concentración de poderes en el palacio del Elíseo ha anulado la función del Parlamento. Pero la sociedad durante estos años ha seguido tensándose y el descontento ha encontrado válvulas de escape en la calle o en los partidos y candidatos que, en la extrema derecha o en la izquierda radical, impugnan el sistema.
De estas elecciones legislativas sale una Asamblea Nacional en la que Macron ya no podrá imponer con manos libres su propio programa. El presidente se verá obligado a pactar con otras formaciones o, como mínimo, a considerar a la oposición. Tendrá que salir del aislamiento del Elíseo y, como prometió tras salir reelegido para un nuevo quinquenio en abril, gobernar con un método nuevo: menos vertical y más a la escucha de los ciudadanos y sus representantes. Todo esto puede redundar en un mejor Gobierno, más eficaz y atento a la complejidad del país, pero también en una gestión más sensible a las demandas de los sectores sociales menos identificados con su figura.
El riesgo, sin embargo, para Macron y para Francia, es que, en vez de vivificar la democracia, la nueva Asamblea Nacional contribuya a su bloqueo si se convierte en una mera caja de resonancia de las cóleras sociales y en la plataforma para la agitación antisistema. El riesgo de la ingobernabilidad será creciente con la nueva fragmentación que presenta la Asamblea. La izquierda euroescéptica y anticapitalista de Jean-Luc Mélenchon, aliada con socialistas, ecologistas y comunistas, será la primera fuerza de oposición. Ya ha prometido librar la batalla contra Macron no solo en el Parlamento, sino en la calle. En las antípodas ideológicas, la extrema derecha de Marine Le Pen contará, por primera vez desde 1986, con grupo parlamentario propio y una representación parlamentaria más que notable.
Macron deberá tejer alianzas tanto con diputados de la izquierda como de derecha moderada y europeísta que le permitan afrontar con el mayor consenso retos gigantescos como la inflación, la reforma de las pensiones, la mejora de los servicios públicos como la educación y la sanidad, y el desafío principal: la amenaza climática. Un segundo quinquenio marcado por el ruido en el Parlamento, el desorden en la calle y el inmovilismo en el Elíseo perjudicaría a la democracia misma e incentivaría movimientos de corte antisistema en otros lugares. La agresión rusa contra Ucrania exige precisamente lo contrario: un compromiso consistente y fiable capaz de controlar la incertidumbre económica y los pasos que la UE habrá de dar en busca de una solución pacífica.