Parece que todo funciona bien

Los lectores opinan sobre el malestar social, las llamadas de los vendedores telefónicos, las columnas de Juan José Millás y los triunfos de Nadal

Una mujer viaja en un autobús urbano en Pamplona.Eduardo Sanz Nieto (Europa Press)

Después de mucho tiempo sin utilizar el servicio público de autobuses, hoy me senté en una parada a esperarlo y me dio tiempo a observar la vida. El marcador digital de la parada me indicaba los minutos que faltaban para su llegada. Mientras, llegó una furgoneta de reparto de pan y entró en una panadería, a continuación vi gente salir con una barra de pan en la mano; parece que todo funciona bien. Un grupo de electricistas depositaron su escalera y cajas de herramientas a escasos pasos de mí, y empezaron a trabajar en...

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Después de mucho tiempo sin utilizar el servicio público de autobuses, hoy me senté en una parada a esperarlo y me dio tiempo a observar la vida. El marcador digital de la parada me indicaba los minutos que faltaban para su llegada. Mientras, llegó una furgoneta de reparto de pan y entró en una panadería, a continuación vi gente salir con una barra de pan en la mano; parece que todo funciona bien. Un grupo de electricistas depositaron su escalera y cajas de herramientas a escasos pasos de mí, y empezaron a trabajar en una fachada; parece que todo funciona bien. Los coches bajaban por la calle en perfecto orden y sin gran ruido; parece que todo funciona bien. Mi autobús acaba de llegar, subo, pago mi billete después de saludar al conductor y me siento en un asiento al lado de la ventanilla. Parece que todo funciona bien y, sin embargo, durante mi trayecto observo a la gente que me voy cruzando y noto sus rostros tristes y preocupados y pienso que algo está sucediendo y que no hay nada que funcione bien.

Carmen Mellado Martín-Cleto. Toledo

Algo más que molestias

A cualquier hora del día, incluso en nuestra propia vivienda —último e íntimo reducto de refugio y descanso— somos asaltados una y otra vez vía telefónica, sin ningún pudor ni reparo, para ofrecernos un contrato de tal o cual cosa sobre el que el molestado no hizo ninguna demanda. Interrumpen en el trabajo, en un momento de descanso, de estudio... Estas prácticas, harto molestas, en ocasiones rozan el fraude y, en otras directamente lo son. Deberían estar prohibidas por ley, pues no dejan de ser una sutil forma de agresión y un problema social.

Félix Jiménez Fernández. Madrid

El placer de leer a Juan José Millás

Leo a Juan José Millás y no sé qué decir. Me sorprendo. Me asombro. Me sorprende. Me asombra. No importa el contenido. El título. No importa nada de eso. Importa el placer de leer. De leerlo. De darle en cada palabra la vuelta a la rutina que cada día o cada vez nos hace más dóciles. Más sencillos. Más simples. Menos interesados. Y quizá sea precisamente por eso que Juan José Millás es capaz de arrebatarnos una sonrisa, un sarcasmo o una sonrisa sarcástica cuando una columna completada con sus palabras nos lleva por caminos que no conocemos o que conocemos y que no esperábamos conocer de esa manera. De la manera que Millás, Juan José, nos lo cuenta. Narra. O escribe.

Manuel I. Nanín. O Carballiño (Ourense)

Escena forgiana

Año 2051. En un parque cualquiera de España, dos personas mayores pasean apaciblemente mientras leen la prensa en una mañana serena primaveral. Titular principal: “La organización de Roland Garros prohíbe a Rafael Nadal participar en el torneo de tenis al cumplir este año la edad de jubilación”. Reacción de los lectores, de la misma quinta que el jugador de Manacor: “¡Qué vergüenza, qué no inventarán para acabar con las ilusiones de la gente!”. No he podido evitar recordar a nuestro añorado Forges al imaginar esta escena, pero mis mejores deseos al reciente vencedor de París, y una pronta y completa recuperación. Queremos seguir viéndole jugar en la pista.

José Vicente Rodríguez. León

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