Democracia es elegir lo que ves
Contraviniendo el espíritu de las disposiciones europeas la Ley General Audivisual va a permitir que solo dos empresas decidan la mayor parte de unos contenidos que influyen en nuestra forma de ver el mundo
Se acaba de votar en el Congreso una ley que regula la actividad a la que dedicamos más tiempo, por encima de la alimentación, la asistencia sanitaria, la educación, la religión o incluso el sexo.
Un español pasa casi cuatro horas al día viendo contenidos en una pantalla. En su tiempo libre el ciudadano decide entretenerse, educarse, informarse o disfrutar de la cultura con el audiovisual. No hay nada que influya más en su modo de pensar y de vivir. Somos lo que comemos, y estos contenidos son devorados por 50 millones de espectadores diariamente.
Esta Ley General de Comunicación...
Se acaba de votar en el Congreso una ley que regula la actividad a la que dedicamos más tiempo, por encima de la alimentación, la asistencia sanitaria, la educación, la religión o incluso el sexo.
Un español pasa casi cuatro horas al día viendo contenidos en una pantalla. En su tiempo libre el ciudadano decide entretenerse, educarse, informarse o disfrutar de la cultura con el audiovisual. No hay nada que influya más en su modo de pensar y de vivir. Somos lo que comemos, y estos contenidos son devorados por 50 millones de espectadores diariamente.
Esta Ley General de Comunicación Audiovisual va a regular quién hace los contenidos que van a modelar la sociedad que tendremos. La gente adopta los valores y los comportamientos que ve. Lo que ha hecho a Estados Unidos el país más poderoso del mundo no han sido sus portaviones, sino sus películas y sus series, que conformaron la forma de pensar del mundo occidental, para lo bueno y para lo malo. El héroe que todos llevamos dentro ayuda a los demás, fuma, tiene un toque machista y lleva la pistola cargada. Es un comportamiento aprendido de los estereotipos vistos en la pantalla durante años. Por eso, durante 50 años, EE UU prohibió que los emisores de televisión produjeran contenidos. Demasiado poder en manos de pocos. Como consecuencia, las productoras americanas crecieron e invadieron con sus producciones independientes el mundo. De ahí han nacido algunas de las grandes plataformas, de las que ninguna es europea.
La transposición de la normativa comunitaria pretende evitar esa concentración de poder editorial, potenciando a los productores independientes, lo contrario de lo que la ley audiovisual aprobada va a conseguir.
Esta ley va a permitir que la mayoría de esos contenidos, que van a condicionar nuestra forma de ver el mundo, los decidan dos empresas, Mediaset y Atresmedia, ayudadas por el algoritmo de las plataformas de streaming.
También va a dificultar que estos contenidos los hagan los productores independientes, un grupo de empresarios, que representan a todo tipo de formas de pensar, que se juegan su dinero por la ilusión de llevar una historia a la pantalla. Los mismos que han entretenido este país con Tu cara me suena, El Cid, Vis a Vis, Alcarrás, o Campeones. Ahora los contenidos creados aquí serán de otros.
Los emisores favorecidos por esta ley ya tienen 14 canales de televisión. Ustedes sólo pueden elegir entre dos formas de ver el mundo, las de dos grupos mediáticos, que ya se ocuparon hace años de que una TVE, sin publicidad, no tuviera presupuesto para competir con ellas.
Esta norma da a los emisores que producen contenidos un privilegio enorme para competir frente a los productores independientes. Les permite vender sus producciones con ventaja a las plataformas americanas, los Netflix, Amazon, Disney... además de a las televisiones públicas. Buendía ya produce las tardes de varias televisiones autonómicas, y está participada además de por Atresmedia por Telefónica, otro operador televisivo, de quien también depende el ancho de banda de las plataformas a las que venden series. Demasiada dependencia y muy poca independencia.
En resumen, que el color del cristal con que miramos la sociedad estará en manos de muy pocos, y será vista durante muchas horas por muchos. Estos operadores son nuestros clientes. Nosotros, los productores, les debemos mucho, han sido parte esencial de la renovación del ecosistema mediático. Hemos trabajado juntos entusiasmándonos con los proyectos compartidos. Pero como dicen los ingleses, si te comes la galleta ya no la tienes. El duopolio televisivo se parece a un famoso personaje de Barrio Sésamo al que le gustaban tanto las galletas que no podía controlar su apetito. Ahora quieren comerse nuestro queso, y quizás comerle la cabeza al ciudadano después de habérsela comido a algunos políticos. Cuando las plataformas empiecen a emitir publicidad alguien se los comerá a ellos, pero entonces quedarán muy pocos productores para reconstruir el sector.
Sólo pedimos altura de miras y una relación justa que nos permita convivir a todos. Juntos hemos construido este sector, desde la concesión de unas licencias de emisión, que se les dieron gratis, para conseguir una pluralidad que ahora se desvanece. Pedimos restablecer el equilibrio entre los que estamos y los nuevos jugadores.
Se ha demostrado una vez más que el Gobierno y parte de nuestra clase política, preocupados por el informativo de las tres y las elecciones del mes que viene, no quieren enfadar al quinto y al sexto poder. Hace 30 años eran unos recién llegados a este país, y ahora han crecido y dictan las normas y las leyes.
Los periódicos y radios en los que hemos educado nuestra opinión, EL PAÍS, Abc, la SER, la Cope, etcétera, pelean por un pastel publicitario monopolizado por las televisiones y los gigantes de internet. Eso no es bueno ni para el pluralismo ni para el libre mercado. Si Torcuato Luca de Tena y Jesús de Polanco levantaran la cabeza, dirían como Ortega: “No es esto. No es esto”.
Con la aprobación parlamentaria de la ley hemos asistido a la compra de espacios publicitarios para los próximos años por parte del Partido Socialista, el PP, el PNV y Ciudadanos. El precio ha sido la libertad de todos los españoles para elegir lo que ven en televisión y en el cine o peor aún, para elegir lo que piensan y lo que votan. Una campaña de cuatro horas al día da para lavarnos el cerebro a todos.
Por si fuera poco, resulta además que la industria audiovisual podría ser un motor económico, vender España al mundo. Con esta ley vamos a desaprovechar la mayor oportunidad histórica de la cultura de nuestro país. Porque las series y el cine son la literatura del presente, y este podría ser el siglo de oro 2.0. Los Cervantes del audiovisual español se tratan de tú a tú con los Shakespeares de Hollywood en los rankings de popularidad mundiales.
Señores del Gobierno, señores diputados, legislen, sin pensar en los telediarios, para hacer una sociedad plural, diversa, con una industria de creación de contenidos hecha por muchos, y no por pocos, y dejen que las empresas españolas y europeas que hacen los programas, las series y las películas, invadan el mundo con nuestra forma de ver la vida. Y luego váyanse a casa a descansar, y elijan lo que quieran ver, que para eso somos una democracia. Porque el día que ustedes dejen de salir en la tele, seguirán viéndola, y sus hijos también. Y les pasará como a los padres de los concursantes de Gran Hermano, que les parecerá imposible que sus hijos piensen como piensan, y será porque el duopolio y sus producciones, multiplicadas por el algoritmo americano, habrán pasado más tiempo con ellos que ustedes, tan ocupados en ganar las próximas elecciones y seguir siendo los padres de la patria, con minúsculas.
No vendan nuestro futuro a cambio de su presente. Les hemos elegido para que miren más allá de la pantalla. Apaguen las televisiones un momento y hablemos. El primer episodio ha acabado con el modelo de sociedad que queremos colgado del precipicio. Esperemos que la serie acabe bien.