Crónica de un subversivo latinoamericano

La metamorfosis exitosa de guerrillero a presidente constitucional conferiría a una victoria de Petro un carácter epocal

Gustavo Pedro, junto a Fico Gutiérrez, durante un debate presidencial.YURI CORTEZ (AFP)

Crónica de un subversivo latinoamericano es el título de un film de Mauricio Walerstein (1945-2016), cineasta venezolano de origen mexicano, que en la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado se interesó por cierta literatura testimonial que en aquel tiempo prosperó en su país de adopción.

Narraba el melodrama de una célula guerrillera urbana que secuestra en Caracas a un agregado militar estadounidense. A cambio de la vida del coronel gringo, la guerrilla urbana exige la suspensión de la pena de muerte a la que una corte militar del antiguo Vietnam del Sur había conden...

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Crónica de un subversivo latinoamericano es el título de un film de Mauricio Walerstein (1945-2016), cineasta venezolano de origen mexicano, que en la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado se interesó por cierta literatura testimonial que en aquel tiempo prosperó en su país de adopción.

Narraba el melodrama de una célula guerrillera urbana que secuestra en Caracas a un agregado militar estadounidense. A cambio de la vida del coronel gringo, la guerrilla urbana exige la suspensión de la pena de muerte a la que una corte militar del antiguo Vietnam del Sur había condenado a un guerrillero del Vietcong. Basado en un hecho real, acaecido durante la década anterior, el film recurre, manidamente, a la forzada convivencia del coronel gringo y sus captores.

Los diálogos entre los guerrilleros y coronel gringo—interpretado por el gran Claudio Brook—, echándose mutuamente en cara las iniquidades de la Guerra Fría, no son, ciertamente, lo mejor del film del recordado Mauricio; su triunfo está en otra parte: está en el modo desasido de contar cómo el buró político del Partido Comunista, que ha resuelto abandonar la lucha armada por la lucha de masas y está en trance de pacificación, se desentiende por completo de la célula guerrillera.

__Tengo a un coronel gringo vendado y esposado en un apartamento prestado por el fin de semana, todo el Ejército está peinando la ciudad, ¿y justo ahora me dices que no están dadas las condiciones ni objetivas ni subjetivas para una acción de propaganda armada?— reclama el airado comandante de la célula al contacto del buró que le transmite la orden de liberar al militar. La sala –entonces aún el cine era cosa de salas a oscuras—estalla en carcajadas.

La guerrilla de inspiración castrista de los años sesenta fue derrotada en Venezuela y algunos de sus excomandantes, luego de cumplir penas de prisión o regresar del exilio, escribieron y publicaron su versión de lo ocurrido cuando anduvieron alzados en armas. De allí extrajo Mauricio su argumento.

La mayoría de los excomandantes culpaba del fracaso a la dirigencia política y se mostraba renuente a “reinventarse” como socialdemócratas, reformistas de avanzada. Sin embargo, muy pocos reincidieron en la lucha armada, donde más de uno perdió la vida. Un puñado, aún menor, terminó imbuido de un cinismo para todo uso que pasaba como desengañada sabiduría de soldado viejo. De esta última panda salieron los ministros de Chávez que terminaron saqueando la petrolera estatal y arruinando al país.

No todos de aquellos hombres y mujeres fueron fanáticos ni ruines ni vendieron sus almas. Américo Martín, exguerrillero de muy extrema izquierda, fallecido a sus 84 en febrero pasado en medio del respeto nacional, llegó a ser una sobresaliente voz de la idea liberal en nuestra América.

Gran lector, al hablar de la fortuna política de los comandantes, Martín parafraseaba con humor la sentencia de F. Scott Fitzgerald: “en América Latina no hay un segundo acto para los exguerrilleros”. Me pregunto qué diría hoy, en la inminencia de que Gustavo Petro, exguerrillero, llegue a ser el primer presidente de izquierdas electo por voto directo en doscientos once años de historia colombiana.

Este solo hecho, la metamorfosis exitosa de guerrillero a presidente constitucional de un país de 50 millones de habitantes, conferiría a una victoria de Petro un carácter epocal, para usar la sugerente expresión de los historiadores de L’École des Annales.

Vine a Colombia por vez primera en 1991, a tiempo de ver proclamar la Constitución que firmaron a un tiempo un baquetado político liberal, un conservador de órdago y un antiguo comandante del M-19, compañero de luchas de Petro.

Soy, como un día mi querido amigo Carlos Franz y yo acordamos definirnos políticamente, un tipo de centro izquierda liberal, un legatario de las ideas de Teodoro Petkoff y me felicito de haber escogido Bogotá como lugar de exilio. He presenciado ya aquí cuatro campañas electorales. Ver al de Ciénaga de Oro batirse contra todas las grandes esperanzas blancas de la derecha colombiana ¡y ganarles! será para mí como ver desde el ringside a Muhammad Ali dar la batalla de Kinshasha en 1974.

Así que dejaré para el 8 de agosto las alarmas contra la tentación autoritaria que con sobradas razones suscita Gustavo Petro y mis venezolanas advertencias contra sus ideas zombies en materia petrolera.

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