El dilema de dónde decir lo que uno piensa

La compra de Twitter por Elon Musk ha reavivado el debate sobre la libertad de expresión: ¿hasta qué punto se puede opinar en el trabajo y en las redes?

Aparcamiento de la fábrica de Tesla en Fremont (California), el 10 de febrero.JOSH EDELSON (AFP)

Twitter está que arde. Otra vez. La compra de la compañía por Elon Musk ha reavivado el enésimo debate sobre los límites de la libertad de expresión y las redes sociales. Para el hombre más rico del mundo, Twitter es una gran plaza digital donde se discute el futuro de la humanidad y él, un “absolutista” de la libertad de expresión, un derecho que defiende, sin embargo, tras años de intentar silenciar a sus críticos y, e...

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Twitter está que arde. Otra vez. La compra de la compañía por Elon Musk ha reavivado el enésimo debate sobre los límites de la libertad de expresión y las redes sociales. Para el hombre más rico del mundo, Twitter es una gran plaza digital donde se discute el futuro de la humanidad y él, un “absolutista” de la libertad de expresión, un derecho que defiende, sin embargo, tras años de intentar silenciar a sus críticos y, especialmente, a sus trabajadores.

Hace unos días recordaba la prensa estadounidense que, tanto en Tesla como en SpaceX, Musk tiene un largo historial de acallar o castigar a cualquier empleado que critica en público un proyecto o sus prácticas empresariales. Además, la plantilla tiene que firmar acuerdos de confidencialidad y cláusulas de arbitraje, según explicaba Bloomberg, que les impiden denunciar a su empleador.

Musk no está todos los días en sus oficinas diciendo qué se puede o no se puede decir, pero es evidente que las opiniones del jefe en Twitter pueden marcar cierto tono: ¿alguien se atrevería a decir en SpaceX que la red social es una pérdida de tiempo y más valdría cerrarla? ¿Sería considerado este deseo un ataque a la libertad de expresión? ¿Hasta qué punto uno puede decir lo que piensa en el trabajo?

Por lo general, los empresarios no suelen ir dando en público su opinión sobre política o causas sociales, y menos en las redes sociales. Alguna excepción hay, claro, como condenar la guerra en Ucrania o decidir dejar de operar en Rusia. Pero por lo general, suelen ser discretos y tienen mucho cuidado a la hora de tomar partido sobre un tema delicado. Y no es de extrañar, viendo lo que ha pasado hace poco con Disney. La multinacional del entretenimiento criticó una nueva normativa aprobada en Florida (conocida como la ley de No Digas Gay) que prohíbe hablar en el colegio sobre orientación sexual hasta que el alumno tenga nueve años, y pone límites a hacerlo después de esa edad. Semanas después, el gobernador del Estado, John de Santis, revocaba los derechos de la compañía, que desde hace cinco décadas tiene autonomía sobre los terrenos en los que se asienta su parque más emblemático.

Respecto a los empleados en general, los expertos en Recursos Humanos también les recomiendan mantener un perfil bajo en la oficina y en las redes sociales, donde cualquier queja o polémica se amplifica. Cada vez más firmas elaboran un código de conducta al respecto, y algunas empresas han llevado esta opción al límite. La firma de software Basecamp, por ejemplo, prohibió el año pasado hablar de política a sus empleados porque se creaba un ambiente perjudicial y, según la empresa, no se sacaba nada en claro de la discusión y se generaba mucho estrés. En 2020, la compañía de criptoactivos Coinbase ya había anunciado un plan similar. Y si un empleado no lo veía claro, venía a decir, podía irse. A muchos usuarios de Twitter no les gustaron estas medidas, pero no hicieron cambiar de opinión a sus responsables.

No solo puede generar problemas opinar sobre temas controvertidos en las redes. Únicamente con tuitear o subir fotos de cualquier tipo dentro del horario laboral, uno ya puede estar exponiéndose a un posible despido, según ha manifestado en más de una ocasión la justicia española. También hay que tener cuidado a la hora de hablar de los compañeros. En 2019, por ejemplo, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid avaló el despido de un trabajador por cinco tuits en los que, en su mayoría en clave humorística, hablaba de sus colegas y que se consideraron perjudiciales para la compañía, a pesar de que no se mencionaban sus nombres ni los de la empresa. Evitar dar detalles no sirvió, en este caso, para tapar la posible ofensa.

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