Hablo con Sara de la guerra y ella prefiere una bomba nuclear a pasar miedo en un andén subterráneo. La ciudad, tu casa, tu hámster revientan, y cascotes y pelillos son partículas que abigarran la atmósfera. También sucedió en Bagdad, y ya sabemos que jerarquizar a las víctimas es una inmoralidad y una guarrería. Pero una cosa es la guerra y otra ...
Hablo con Sara de la guerra y ella prefiere una bomba nuclear a pasar miedo en un andén subterráneo. La ciudad, tu casa, tu hámster revientan, y cascotes y pelillos son partículas que abigarran la atmósfera. También sucedió en Bagdad, y ya sabemos que jerarquizar a las víctimas es una inmoralidad y una guarrería. Pero una cosa es la guerra y otra cómo se cuenta la guerra. Y lo cerca que te pilla. Le digo a Sara: “Así que prefieres muerte a susto”. Responde: “En este caso, sí, pero no en todos”. Nos reímos con desesperación y ganas. “Pero dejadme, ah, ah, que yo prefiera la hoguera, la hoguera, la hoguera”.
Ante este panorama, calima, desbordamientos, paros patronales del transporte y reaccionarismo patrio suenan casi tranquilizadores. Chistosos, pero sin gracia. El arzobispo de Oviedo destapa una conspiración marxista y masónica, eutanasias a la fuerza. Mañueco ¿explica?: la inmigración ordenada es inmigración or-de-na-da; no hay adoctrinamiento en la escuela, pero por si acaso van a “desadoctrinarla” —cuánta política trabalenguas desde la indemnización en diferido—; él es feminista porque tiene hermanas y madre. Díaz Ayuso denuncia a miembros del Gobierno central —que no es el suyo— con recortes de periódico y despide a 6.000 profesionales de la salud. “El gran hospital de Madrid está en las casas de los madrileños”: aprendo a practicarme una traqueotomía con bolígrafo. Ossorio pregunta dónde están los pobres de Madrid, a ver, dónde, mientras seres humanos duermen entre cartones y señoras van a hacer la compra con un billete de 10 euros. Hay que hablar de Ayuso y Ossorio porque, aunque suene a broma, “gobiernan”. Ante los tiempos difíciles —se oye el reptar de pobreza y carestía—, nos quedan un agridulce sentido del humor —negro— y la política honorable que protege a las famélicas legiones. Al fondo, la guerra avanza y el Apocalipsis llegará con el cierre temporal de las tiendas de Zara.