En las guerras conviene cerrar filas
No suele haber victorias sin unidad. El concepto es simple, su aplicación endiablada. Hay que aclararlo y perseguirlo a nivel nacional, UE y con otras naciones de valores compatibles
Derrotas y victorias suelen ser el resultado del balance de muchos factores. Hay, sin embargo, uno que parece erguirse como el pilar sin el cual es imposible ganar una contienda competida: la unidad alrededor de un objetivo compartido. Suele ser así en la vida; lo es especialmente en la guerra.
La Unión Europea no es participante directa en la confrontación militar desatada en Ucrania por la invasión rusa, pero a estas alturas a nadie...
Derrotas y victorias suelen ser el resultado del balance de muchos factores. Hay, sin embargo, uno que parece erguirse como el pilar sin el cual es imposible ganar una contienda competida: la unidad alrededor de un objetivo compartido. Suele ser así en la vida; lo es especialmente en la guerra.
La Unión Europea no es participante directa en la confrontación militar desatada en Ucrania por la invasión rusa, pero a estas alturas a nadie se le escapa que sí es actor de primera fila en un conflicto de potencias. Lo es además en un momento de transformaciones sísmicas globales, tras el tsunami de la pandemia, en medio de una reformulación de la globalización que ha marcado el mundo durante tres décadas, afrontando una inaplazable revolución energética y con múltiples espinas en el flanco, como una inflación desbocada que hurga en la herida de la desigualdad. No estamos bajo las bombas, pero la confluencia de sacudidas crea un escenario de crisis que sobresale la vida civil normal.
El éxito en afrontar estas convulsiones depende en gran medida, pues, de la capacidad de afrontarlas con unión. La afirmación, que puede parecer hasta banal, tiene, sin embargo, una declinación política endiablada. Debe conseguirse unidad en múltiples niveles. Al interior de los Estados; a nivel europeo; con las naciones que comparten valores democráticos, y, por último, no unión, pero sí sintonía, con aquellas que al menos comparten el deseo de un mundo regido por reglas y estabilidad y no por agresión y agitación. Veamos.
En los planos nacionales de los países UE, la guerra de Ucrania ha configurado un escenario muy propicio para grandes convergencias de las fuerzas políticas principales y que ha dejado en fuera de juego a muchas formaciones de los extremos, como todas aquellas con largos historiales de simpatía hacia Putin y su modelo —Le Pen, Salvini, Orbán, Vox & co.—. De otra manera, han quedado fuera de la foto central europea aquellos que han defendido la posición de no suministrar armas a Ucrania mientras era brutalmente agredida. Posición respetable y positiva para el debate democrático si bien argumentada, pero claramente marginal en el zeitgeist europeo.
Hay pues una oportunidad/necesidad de convergencia sobre grandes cuestiones que concitan, cabe intuir, un consenso ciudadano natural. Pero para que las convergencias prosperen se requiere que los liderazgos no lo estropeen para fines partidistas, y, al contrario, lo fomenten. Los gobernantes, con actitud inclusiva, transparente, explicativa; las oposiciones, con generosidad. Todos, anteponiendo el interés colectivo en la hora oscura.
Desgraciadamente, en España no se ve mucho de ello. La oposición lleva toda la legislatura en un plan lamentablemente destructivo y pacta con un partido de planteamientos inquietantemente extremos; en cuanto al Ejecutivo, un cambio de una política de exteriores de Estado asentada durante décadas sin consultar con oposición y ni siquiera con el socio de Gobierno no parece el camino más adecuado. Puede que hubiese razones de peso para ello —incluso algunas que van más allá del interés egoísta de España y con lectura más global—, para ese fondo y esa forma, pero si las había desafortunadamente hasta la fecha los ciudadanos no las han escuchado.
En el plano UE, ha habido una prometedora cohesión en la respuesta inicial a la agresión rusa como también la hubo, después de graves titubeos iniciales, en la reacción a la pandemia. Pero sería un error ingenuo y letal creer que lo principal está hecho. Más bien al contrario. Los interrogantes sobre la mesa son enormes, tanto a corto como a medio plazo. Militares: ¿cómo seguimos apoyando a Ucrania? Parece sensible dar un paso más allá con armamento algo más sofisticado del entregado hasta ahora. Económicos: ¿qué más sanciones imponer a Rusia? Parece necesario avanzar en desengancharse de la dependencia energética de Rusia, quizá no de modo inmediato (no frenaría a Putin de todas formas y produciría un grave impacto en nuestras economías), pero sí a marchas forzadas y con un calendario claro y urgente. Políticos: ¿qué hacer con la solicitud de adhesión de Ucrania a la UE? Es imperativa una creatividad política para que esa perspectiva mantenga una vitalidad en el tiempo.
En el plano de la relación con las naciones con valores compartidos, la unidad ha sido bastante admirable hasta ahora. Facilitó todo el que en la Casa Blanca resida Joe Biden en vez de Donald Trump. La coordinación con socios como Japón, Corea del Sur o Australia ha sido positiva también. Todo debe seguir así, y no será fácil a causa de la asimetría de intereses, con la UE mucho más expuesta.
Por último, pero no menos importante, debe considerarse la sintonía con Estados que no comparten nuestros valores fundamentales, pero sí la disposición a sostener un orden mundial basado en el derecho y en el multilateralismo. Un planteamiento excluyente del bando de las democracias puras puede ser un error. En las guerras —como en todas las grandes adversidades de la vida— conviene cerrar filas. Para ello, conviene reflexionar bien sobre qué filas es preciso cerrar a la vista de la adversidad que se afronta. Desde ayuntamientos hasta la ONU.