El refugio

Pese a su locura, Hitler no tenía capacidad para destruir a la humanidad; en cambio, hoy un hombre, un solo hombre, tiene en sus manos el poder de devolver nuestra civilización al neolítico en un fin de semana

El presidente ruso, Vladímir Putin, durante su visita a la Escuela de Aviación de Aeroflot en las afueras de Moscú, Rusia, este sábado.Mikhail Klimentyev (AP)

No preguntes por quién suenan estas sirenas, que anuncian un inminente bombardeo. Aunque se oigan muy lejos en las calles de Kiev, esas sirenas también suenan por ti para que te pongas a salvo. En este caso no hay que bajar al sótano o correr en busca de una estación de metro. El refugio lo lleva cada uno dentro de sí. Pese a su locura, Hitler no tenía capacidad para destruir a la humanidad; en cambio, hoy un hombre, un solo hombre, tiene en sus manos el pod...

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No preguntes por quién suenan estas sirenas, que anuncian un inminente bombardeo. Aunque se oigan muy lejos en las calles de Kiev, esas sirenas también suenan por ti para que te pongas a salvo. En este caso no hay que bajar al sótano o correr en busca de una estación de metro. El refugio lo lleva cada uno dentro de sí. Pese a su locura, Hitler no tenía capacidad para destruir a la humanidad; en cambio, hoy un hombre, un solo hombre, tiene en sus manos el poder de devolver nuestra civilización al neolítico en un fin de semana. Se llama Vladímir Putin, un tipo que hace 40 años era un pobre diablo, un espía de tercera, un don nadie nacido en San Petersburgo entre paredes mugrientas de un barrio marginal poblado de pandillas de matones con los que había que fajarse si uno quería volver sano a casa. Putin era uno de ellos. No preguntes cómo llegó a la cumbre pisoteando sabandijas y repartiendo puñaladas, hasta conseguir el favor del beodo y destartalado Boris Yeltsin. Con la caída del muro de Berlín la Unión Soviética entró en una fase de derribo. En medio de esa olla podrida, Putin se propuso devolver a la patria humillada el orgullo perdido de primera potencia y se le vio avanzar con espolones de gallo por una alfombra roja a lo largo de los fastuosos salones del Kremlin; a su paso se abrían puertas de oro bajo la luz de mil lámparas y espejos, los mismos que reflejaron el antiguo esplendor de los zares. Aquel don nadie es ahora ese matón que está arrasando Ucrania y tiene a todo el mundo en vilo. En medio de los estertores de guerra ha pronunciado dos palabras ―bomba nuclear― que en el inconsciente colectivo van asociadas al apocalipsis.

Contra esa amenaza Europa tiene un arma, la más poderosa, con la que en su día venció al fascismo. Las sirenas suenan hoy para que los ciudadanos libres busquen refugio de nuevo en la imbatible fortaleza de la democracia.

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