La insólita Europa de los bordes

La elección de palabras inadecuadas se traduce en mensajes equívocos o falsos para los lectores

El entrenador del Atlético de Madrid, Diego Simeone, durante un partido el pasado 2 de enero en Madrid.Kiko Huesca (EFE)

Entre los ingeniosos aforismos de Mark Twain (1835-1910) destaca este que los periodistas no podemos olvidar: “La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga”. Cuando la elegida es directamente inadecuada, el desastre está asegurado porque su uso, decía el filósofo Francis Bacon (1561-1626), “lo sumerge todo en la confusión”. Los informadores debemos evitar esos desatinos para ahorrar confusiones a los lectores. No hay semana, sin embargo, que no les demos sustos.

“El estilo de redacción debe ser claro, conciso, preciso”, dice el...

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Entre los ingeniosos aforismos de Mark Twain (1835-1910) destaca este que los periodistas no podemos olvidar: “La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga”. Cuando la elegida es directamente inadecuada, el desastre está asegurado porque su uso, decía el filósofo Francis Bacon (1561-1626), “lo sumerge todo en la confusión”. Los informadores debemos evitar esos desatinos para ahorrar confusiones a los lectores. No hay semana, sin embargo, que no les demos sustos.

“El estilo de redacción debe ser claro, conciso, preciso”, dice el Libro de estilo. ¿Cómo es posible entonces que publiquemos que en la UE hay una “agencia europea de bordes”? Suena fatal, pero sí, lo hicimos el pasado día 7. Sin duda, como consecuencia de una horrenda traducción de un falso amigo: la noticia hablaba de Frontex, la Agencia Europea de Fronteras (borders, en inglés).

Otro falso amigo nos hace presentar como “serias” las heridas graves. ¿Acaso las lesiones se clasifican entre serias y guasonas? O escribir “doméstico” como sinónimo de “nacional”, un error frecuente que denuncia la lectora Ana Gómez.

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Ni falso ni verdadero amigo, sino más bien enemigo de la lógica, es contar que El Cholo Simeone ha cumplido diez años “frente al Atlético de Madrid” (2 de enero). ¿Frente a? Vamos, como si hubiera estado “al frente” del Real Madrid. O contar que alguien “ha desenvainado dardos” (9 de enero). ¿No serían espadas? O titular así: Los mejores drones para niños y niñas. La lectora Beatriz Peralta García se pregunta socarronamente si el periódico insinúa que “hay un fabricante que comercializa drones adoptados según los sexos”. Claro que también hemos escrito este mes niñxs y en diciembre, bienvenidxs o hijxs, fórmula superflua y prohibida expresamente en el Libro de estilo.

Mezclar o confundir palabras de similar grafía pero con significados diferentes también desorienta al lector. Así, las incontrolables cabezadas en las siestas no tienen nada que ver con los cabezazos —suelen ser voluntarios y violentos—, en contra de lo publicado el pasado día 6. “Hacer agua” (presentar síntomas de fracaso) no es ni parecido a “hacer aguas” (orinar o defecar), pero los hemos confundido en un texto del pasado 13 y en otro del 24 de octubre. O no diferenciar entre “mortandad” (muchas muertes) y “mortalidad” (tasa de fallecimientos), un error que nos afeó Pablo de Vera Moreno.

Erramos igualmente cuando no diferenciamos “calcinar” de “carbonizar”, como nos recuerda Juan Domínguez Castaño. No hay “cuerpos calcinados”, en contra de lo que dijimos en un excelente reportaje en octubre, ni tampoco “automóviles carbonizados”. La materia orgánica se carboniza, pero calcinar significa reducir minerales a cal viva.

Detentar, ostentar u ocupar no son lo mismo y Ana Gómez ha enviado algún (mal) ejemplo. Así, el 7 de diciembre dijimos que Rodrigo Rato “detentó” el cargo de director gerente del FMI, pero “detentar” significa “retener y ejercer ilícitamente algún cargo público” y no fue eso lo que hizo.

Presunto y supuesto también se prestan a un uso incorrecto y Genaro Torrado Castiñeira recuerda que, ante un delito, se puede hablar del “presunto autor” del hecho, pero no del “presunto hecho”; del “presunto terrorista” sí, pero no de la “presunta colocación” de una bomba. Peor es confundir “conductor kamikaze” con un imposible “vehículo kamikaze” (11 de diciembre), como nos afeó Juan José Hernández Hernández.

Usar indebidamente nombres de enfermedades o discapacidades levanta lógicas protestas. El psicólogo y logopeda Marcelino Matas de Álvaro nos reprocha que hablemos de “una casa de sordos” (21 de noviembre) en un texto sobre el Parlamento. Un día antes, Santiago Martínez se enfadó porque, en alusión a Marck Zuckerberg, nos referimos al “sueño de un misántropo multimillonario que flota en el espectro autista”.

El mensaje más impactante en ese terreno lo envió Manuel Espejo: “He intentado rellenar un formulario para contactar con el departamento de Atención al Cliente, pero no he podido hacerlo porque, para demostrar que soy humano —no un robot—, me pedía que verificara una imagen y yo no he podido, porque soy humano, pero de la variedad de las personas ciegas”. Pedirle disculpas resulta simplemente insuficiente.

A menudo, profesores de español nos escriben para decirnos que utilizan textos del periódico para hacer ejercicios. Hay que tenerlo en cuenta y, por tanto, debemos estar más atentos para evitar darle la razón a Twain cuando decía: “Nunca permití que la escuela entorpeciera mi educación”.

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