Leche negra

El vecino viudo y yo continuamos haciendo la compra juntos. El hombre, obsesionado por adquirir artículos de color negro, se quejaba amargamente del poco valor que se le da al duelo en nuestros días

SIMONE BECCHETTI (Getty)

Coincidí en el súper con un vecino que se había quedado viudo hacía poco y que llevaba en el carrito un paquete de rollos de papel higiénico de color negro. Al mostrar mi extrañeza, pues ignoraba la existencia de ese producto, me informó de que era papel higiénico de luto. Dudé que a alguien se le hubiera ocurrido esa idea surrealista. El negro, por otra parte, junto al plateado y el dorado, es el color de la Navidad. Pensé que podría tratarse de un artículo destinado a adornar los cuartos de...

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Coincidí en el súper con un vecino que se había quedado viudo hacía poco y que llevaba en el carrito un paquete de rollos de papel higiénico de color negro. Al mostrar mi extrañeza, pues ignoraba la existencia de ese producto, me informó de que era papel higiénico de luto. Dudé que a alguien se le hubiera ocurrido esa idea surrealista. El negro, por otra parte, junto al plateado y el dorado, es el color de la Navidad. Pensé que podría tratarse de un artículo destinado a adornar los cuartos de baño de las casas durante estas fechas tan señaladas, pero no dije nada.

El vecino viudo y yo continuamos haciendo la compra juntos. El hombre, obsesionado por adquirir artículos de color negro, se quejaba amargamente del poco valor que se le da al duelo en nuestros días. De hecho, él vestía un chándal de colores chillones muy poco apropiado, no ya para su estado civil, sino para salir a la calle simplemente. Se lo hice ver con discreción, pero me respondió que el chándal había pertenecido a la muerta. Se vestía con las ropas de la fallecida para aliviar la pérdida. “Ella, de este modo, sigue en mí”, confesó en el pasillo de los lácteos, echándose a llorar. Por supuesto, no había leche negra, ni yogures negros, ni quesos negros ni mantequilla negra. Todo allí tendía al blanco, por lo que lo arrastré hacia las bebidas alcohólicas donde dio con un güisqui etiqueta negra, carísimo, del que escogió tres botellas.

Ya en la calle, a punto de despedirnos, se empeñó en regalarme un rollo de papel higiénico negro que oculté al llegar a casa para que no lo viera la familia. Es un rollo que da mal rollo, un rollo redundante, en fin, del que me voy deshaciendo poco a poco, a base de sonarme las narices y de limpiarme con él las gafas. Luego oculto sus pedazos en la papelera. A ver si pasa todo esto de una vez. Felices fiestas.

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