¿Qué hacemos con Polonia?

Es necesario que la UE marque bien las líneas rojas a Varsovia. No se trata de chantaje, sino de hacer cumplir las normas

Manifestación europeísta en Cracovia (Polonia), en octubre.ART SERVICE 2 (EFE)

Entre el abatimiento y la resignación se mueven en Polonia los defensores de la Unión Europea. Muchos años haciendo frente, sin demasiado éxito, a la deriva autoritaria y al ataque al Estado de derecho del Gobierno ultraconservador polaco.

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de imponer a Varsovia una multa de un millón de euros diarios por incumplir sus sentencias. Detrás está la batalla por ...

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Entre el abatimiento y la resignación se mueven en Polonia los defensores de la Unión Europea. Muchos años haciendo frente, sin demasiado éxito, a la deriva autoritaria y al ataque al Estado de derecho del Gobierno ultraconservador polaco.

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de imponer a Varsovia una multa de un millón de euros diarios por incumplir sus sentencias. Detrás está la batalla por la independencia judicial y la separación de poderes.

La reacción inicial ha sido esgrimir el argumento del ultraje a la soberanía nacional, de la invasión de competencias por las instituciones europeas. El nacionalismo es siempre un recurso eficaz, más en un país en el que es fácil defender que no se salió de la tutela soviética para caer en los brazos de la tutela comunitaria. De los compromisos adquiridos al entrar en el club europeo; del respeto al valor supremo de la ley, ni palabra.

Kaczynski, Morawiecki y los suyos tienen pocos incentivos para cumplir los dictámenes europeos. En el frente interno, el partido dominante, Ley y Justicia (PiS), ha perdido algo de popularidad, pero su débil coalición sigue apañándoselas para sobrevivir. La semana pasada el primer ministro reajustó su Gabinete para dar algo más de peso a los socios minoritarios. Al otro lado, una oposición fragmentada sin una cabeza visible. Donald Tusk, en su regreso a la política nacional, no está sabiendo aglutinar apoyos.

Mientras, la sociedad polaca se mueve entre el gran respaldo a la UE (más de un 80%) y la aceptación de un Gobierno con el que, piensa, no les ha ido mal. El populismo se ha traducido en ayudas directas a las familias; la economía lleva años creciendo e incluso durante la pandemia ha caído menos que en otros países; y una gestión laxa de la crisis sanitaria ha disminuido el impacto social de los confinamientos (de las 100.000 muertes extra causadas por el virus no hablamos).

Si el Gobierno polaco decide atrincherarse, seguirá adelante con su reforma de la justicia y de los medios (también en marcha), y se batirá en el frente medioambiental (ya tiene otra multa europea por no cerrar una mina de carbón).

Por eso, es necesario que la UE marque bien las líneas rojas. Ahora es el turno de la Comisión. Su gran baza es la de los fondos de recuperación. El plan polaco es uno de los pocos, junto con el de Hungría, que no ha sido aprobado todavía. Bruselas no parece decidida a utilizar esa prerrogativa, pero, de no hacerlo, perdería la última gran palanca para reconducir el desafío polaco. No se trata de chantaje, ni de invadir competencias, sino de hacer cumplir las normas. En juego está el respeto al Estado de derecho, uno de los pilares de la Unión, sin el cual esta pierde su razón de ser.

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