Tesoros de piratas
No tendrán parches ni loros, pero los trajes y cochazos de quienes evaden impuestos no les disimulan el aliento de ron ni la carcajada ronca con la que nos chulean
Leo lo de Pandora mientras relleno las trimestrales en otra pestaña del navegador. A primeros de octubre los autónomos apoquinamos el IVA y las retenciones de los tres meses anteriores, tarea que no me permite distracciones. Relleno las casillas de los modelos 303 y 111 de la Agencia Tributaria con la atención de un artificiero cortando cables, para que no se me descuadre ni un céntimo. Por lo menos —me consuelo—, el mal trago...
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Leo lo de Pandora mientras relleno las trimestrales en otra pestaña del navegador. A primeros de octubre los autónomos apoquinamos el IVA y las retenciones de los tres meses anteriores, tarea que no me permite distracciones. Relleno las casillas de los modelos 303 y 111 de la Agencia Tributaria con la atención de un artificiero cortando cables, para que no se me descuadre ni un céntimo. Por lo menos —me consuelo—, el mal trago es ahora digital, libre de relaciones humanas. Qué horror cuando había que ir a la delegación y aguardar turno para entregar las declaraciones a esos funcionarios que te perdonaban la vida a golpe de sello. Hay una ley física del Mundodisco, el reino de fantasía inventado por el escritor Terry Pratchett, que dice que toda casete que pasa cierto tiempo en un coche se convierte en los Grandes éxitos de Queen. Una ley similar establece que todo contribuyente que pasa más de diez minutos en una oficina tributaria empieza a sentirse culpable de fraude. Internet nos ha librado de esa tortura. Ahora solo nos sentimos torpes, no criminales.
Seguir las noticias de los Papeles de Pandora mientras intento distinguir el IVA deducible del devengado y me aseguro de que mi cuenta corriente soporta el bocado fiscal sin desangrarse hace el trámite muy penoso. Para que los impuestos duelan menos, otros trimestres me invento un patriotismo tributario. Me inspiro en Ibai, rey de los patriotas millonarios y mesías de los pobrecitos autónomos, y le canto al Tesoro Público, con chulería de chotis: ahí va mi contribución a España, ahí quedan mis eurillos, que no arreglan gran cosa, pero valen más que la sangre derramada de un guerrero. Es patético y autocompasivo, pero no hago daño a nadie y me sirve para tirar otro trimestre. Esta vez, sin embargo, he validado la declaración con una tristeza imposible de consolar. Mientras me ponía en paz con el Estado, sentía en mi nuca las carcajadas de los 600 españoles que figuran en los papeles pandorianos. Pringao, me decían. Los más horteras gritaban loser.
Aunque lo disfracen de ingeniería financiera e insistan en la legalidad escrupulosa de estas evasiones, son idénticas a los tesoros que los piratas enterraban en aquellas mismas islas caribeñas. Ya no tendrán parches ni loros, pero sus trajes y cochazos no les disimulan el aliento de ron ni la carcajada ronca con la que nos chulean.