Le Pen y la islamofobia

La ultraderecha francesa pretende imponer la cuestión de la integración de la comunidad musulmana como gran tema electoral

Marcha contra la islamofobia en París (Francia), en noviembre de 2019.Mehdi Chebil (Mehdi Chebil / Polaris / Contact)

La ultraderecha francesa ha vuelto a demostrar su insumisión estructural e ideológica con la democracia como instrumento de inclusión social. El discurso pronunciado el domingo pasado por Marine Le Pen, candidata por Reagrupamiento Nacional (RN) a las elecciones presidenciales del 10 de abril de 2022, ha incurrido abiertamente en una islamofobia que la instala en las aguas sucias de la demagogia descarada y destila una peligrosa culpabilización genéric...

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La ultraderecha francesa ha vuelto a demostrar su insumisión estructural e ideológica con la democracia como instrumento de inclusión social. El discurso pronunciado el domingo pasado por Marine Le Pen, candidata por Reagrupamiento Nacional (RN) a las elecciones presidenciales del 10 de abril de 2022, ha incurrido abiertamente en una islamofobia que la instala en las aguas sucias de la demagogia descarada y destila una peligrosa culpabilización genérica de una parte de la ciudadanía. No son prácticas extrañas a ese partido, y no lo son tampoco en un partido afín, como lo es Vox en España: la alarma que causan ambos discursos es la misma, y es igual de recusable en términos democráticos.

El partido de Le Pen sufrió un estrepitoso fracaso en las elecciones regionales del pasado junio. Poco después, la ahora candidata al Elíseo dijo apostar por una estrategia consistente en limar los tonos más radicales de su mensaje y quitarse de encima la imagen de partido racista y autoritario que arrastraba su formación. Exactamente un verano ha durado esa actitud. Le Pen ha regresado al discurso de la ley y el orden prometiendo acabar con la “talibanización” de algunas zonas de Francia y lo que definió como “urbanizaciones del narco”, en referencia a las bandas organizadas del tráfico de drogas.

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La estrategia es una vieja conocida: consiste en demonizar a una parte de la sociedad con generalizaciones insultantes y degradatorias. La renuncia a averiguar con datos e información fiable la complejidad de la situación de la comunidad musulmana se aparta de la conducta esperable en un partido que aspira a la presidencia de la República. Pero asociar las dificultades de integración de esa comunidad con las redes de narcotráfico roza lo delictivo, además de resultar profundamente inmoral.

Conviene no perder de vista que este discurso de la ultraderecha está contaminando en alguna medida al resto del espectro político francés, a veces demasiado tibio con la toma de distancia que exige. En febrero de 2020 el presidente Emmanuel Macron lanzó —también en nombre de los valores republicanos— una “estrategia de lucha contra el separatismo islamista” con el foco puesto en los barrios marginalizados. Esa aproximación al problema provocó que numerosas voces advirtieran sobre un potencial efecto bumerán al alentar involuntariamente una reacción contraria a la deseada.

En este escenario, las intervenciones de la candidata socialista, Anne Hidalgo, han enfatizado los conceptos que verdaderamente forman parte de la identidad francesa —como la necesidad de reforzar la educación pública y subir el salario a sus profesores—. Pueden parecer menos efectivos, más previsibles y de escaso impacto mediático, pero instalan en el centro de la discusión la defensa de la República y persiguen socavar la agenda que la ultraderecha aspira a imponer en el debate público.

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