Superliga invencible

Desde su elevado trono con vistas a la meseta, Felipe II y Florentino Pérez creyeron que podían remodelar el mundo a imagen y semejanza de su Gran Idea

El presidente del Real Madrid, Florentino Pérez.EMILIO NARANJO (EFE)

Desde el desastre de la Armada Invencible no ha habido fracaso español en política exterior comparable al de la Superliga de Florentino Pérez. En ambos casos, los números parecían de nuestro lado: los 130 grandes barcos de Felipe II y los millones de la Superliga hacían palidecer a sus rivales. En la hoja de ruta de Felipe II y de Excel de Florentino, las cifras cuadraban. Pero en ambos casos la empre...

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Desde el desastre de la Armada Invencible no ha habido fracaso español en política exterior comparable al de la Superliga de Florentino Pérez. En ambos casos, los números parecían de nuestro lado: los 130 grandes barcos de Felipe II y los millones de la Superliga hacían palidecer a sus rivales. En la hoja de ruta de Felipe II y de Excel de Florentino, las cifras cuadraban. Pero en ambos casos la empresa imperial española en Europa, con la espada o con el balón, acabó hundiéndose.

Parafraseando a Felipe II, Florentino podría decir “no envié mis millones a combatir contra los elementos”. El dirigente madridista no tuvo en cuenta las tormentas: las declaraciones en contra de líderes políticos de todo país y color o las revueltas populares de los hinchas y del establishment futbolístico y mediático. Ambos emperadores, embebecidos de grandeza y rodeados de yes-men, pecaron de soberbia. Desde su elevado trono con vistas a la meseta, creyeron que podían remodelar el mundo a imagen y semejanza de su Gran Idea: catolicismo religioso para Felipe II y el capitalismo futbolístico para Florentino. Pensaron que Europa era una tabula rasa donde inscribirían su visión con letras de oro. El futuro estaba de su parte. Nada detendría a los mejores soldados o futbolistas de la historia.

Sobre el papel, los cálculos de la Superliga eran impecables. Como dirían los economistas, todos los actores tenían incentivos para aceptar el trato: ¿Qué liga querría perder a los mejores equipos? ¿Qué selección a los mejores jugadores? Las federaciones, el resto de clubes nacionales, la UEFA, la FIFA acabarían transigiendo. Pero las personas no nos movemos sólo por interés. Si nos hacen elegir entre ganar 10 euros (mientras nuestro socio igualitario en un negocio se queda con 990) o quedarnos los dos con 0, escogeremos lo segundo. La sensación de justicia por encima del dinero. Y el clamor que la semana pasada atravesó todo el continente, desde los oscuros pubs de Edimburgo a las luminosas terrazas de Cádiz, fue de injusticia. No consentiremos que los chicos ricos del Barça, Real, United y demás, que deben su fortuna al fútbol tradicional —con sus reglas y estructuras gélidas y ciertamente mejorables, pero con esa épica ardiente del soñador modesto, de dejar que David se enfrente a Goliat— rompan el tablero. Así, se sumergió la Superliga Invencible. @VictorLapuente

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