Externalizada

Asisto a la despersonalización, solo aliviada por la humanidad del gremio sanitario, de los hospitales faraónicos frente a la imprescindible pequeña escala, la proximidad física y afectiva, de los centros de salud de barrio

Una mujer se dirige a la puerta del Centro de Salud Las Margaritas, en Getafe (Madrid).Eduardo Parra (Europa Press)

Cuando cumplí 40 años, la ginecóloga del sistema público de salud que me atendía desde los 16 me recomendó hacerme una mamografía de control para contar con un punto de referencia por si más adelante detectábamos transformaciones problemáticas. Desde ese momento, y hasta que mi ginecóloga se jubiló, pasé por el mamógrafo con regularidad. Mi primera relación no sexual, sino estrictamente clínica, con la mama se había producido debajo de la ducha cuando me autoexploré y toqué algo duro. Llamé a mi madre y pedimos hora urgentemente; en mi celo, había palpado la glándula mamaria. Quizá la autoexpl...

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Cuando cumplí 40 años, la ginecóloga del sistema público de salud que me atendía desde los 16 me recomendó hacerme una mamografía de control para contar con un punto de referencia por si más adelante detectábamos transformaciones problemáticas. Desde ese momento, y hasta que mi ginecóloga se jubiló, pasé por el mamógrafo con regularidad. Mi primera relación no sexual, sino estrictamente clínica, con la mama se había producido debajo de la ducha cuando me autoexploré y toqué algo duro. Llamé a mi madre y pedimos hora urgentemente; en mi celo, había palpado la glándula mamaria. Quizá la autoexploración en mi caso no sea buena idea: cuando me autoexploro con mis yemas escáner termino encontrando las fuentes del Nilo, la Antártida y el arca perdida. Recuerdo aquella mamografía de los 40; le susurré a la enfermera, con voz amenazadora, que, si me hacía daño, me pondría a gritar. Ella respondió: “Qué exagerada”, y, después de quedarse meditabunda, me contó un secreto: “Yo me pongo tensa con las citologías. No las soporto”. Grité, pero bajito. Sin embargo, hoy no quiero entrar en el carácter invasivo de las pruebas diagnósticas ni describir con truculencia los aplastamientos mamográficos: solo necesito insistir en la utilidad de la medicina preventiva siempre y con los cánceres ginecológicos en particular. Muchas amigas han salvado la vida gracias a la detección precoz.

Pese a mis repeluses ante las pruebas médicas —confesad, no soy la única—, el mamógrafo es un tótem a cuyos pies me postro cada dos años. Ahora no resulta fácil. La Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, en su afán privatizador, externaliza servicios y esa devaluación de lo público la vende como algo selecto, eficaz y mejorado. No es verdad. Recibí en noviembre una carta del externalizado programa de detección precoz del cáncer de mama. Se me ofrecía una mamografía de cribado y podía elegir entre siete centros. Quemé mi línea telefónica. Solo me respondieron en uno. Tomaron nota de mis datos y me sugirieron que, si en enero no me habían llamado, insistiera. No es fácil que te cojan el teléfono. Insistí en enero, febrero, marzo y abril. Una de las veces, me contestaron con mala educación. Las otras, educadamente, volvieron a tomar mis datos, me dijeron que iban a reclamar y que no me preocupase que me citarían enseguida. Quizá algunas mujeres hayan tenido una experiencia satisfactoria, pero yo sigo esperando sentada mientras asisto al intento de contratación de Toni Cantó en el papel de doctor Macizo —hay tantas razones para no votar a Ayuso—, y a la despersonalización, solo aliviada por la humanidad del gremio sanitario, de los hospitales faraónicos frente a la imprescindible pequeña escala, la proximidad física y afectiva, de los centros de salud de barrio. Resisto la tentación de llamar al mío. Seguiré apretándome el cuerpo dentro de mi casa para no colapsar la sanidad pública. También llamaré a todas horas a esas clínicas privadas que no solo no nos regalan nada, sino que se lucran con nuestras enfermedades. Llamaré como una bromista siniestra. Con un pañuelo en la boca. Dejaré grabados mensajes obscenos y diabólicos en los centros privados religiosos que me están amargando la vida. Espero que, mientras tanto, Diosa no me castigue y a mis células no les dé por mutar. Mi teta es política. La suya, también.

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