Peligro en Madrid

Los excesos del fin de semana obligan a más contención y políticas prudentes

Decenas de personas cantan, gritan y bailan este sábado en una calle del centro de Madrid.Olmo Calvo

Las aglomeraciones de ciudadanos de fiesta y sin control por las calles de Madrid se han sucedido durante todo el fin de semana como un desafío a la contención de horarios, aforos y prácticas a la que obligan las restricciones para frenar los contagios de la covid-19. Mientras Alemania...

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Las aglomeraciones de ciudadanos de fiesta y sin control por las calles de Madrid se han sucedido durante todo el fin de semana como un desafío a la contención de horarios, aforos y prácticas a la que obligan las restricciones para frenar los contagios de la covid-19. Mientras Alemania, Francia, Italia y otros países europeos mantienen o endurecen aún más las medidas ante la virulencia de la tercera ola, al igual que hacen la gran mayoría de las autonomías en España, la Comunidad de Madrid se ha convertido en un paraíso de relajación de consecuencias aún impredecibles. Lo ocurrido no solo representa un peligro para la salud, un derecho de rango constitucional, sino que es también un insulto al sacrificio que realizan en distintos lugares centenares de miles de personas y numerosas empresas que no solo ven suspendidas sus fiestas populares, sino controlados con firmeza los horarios y aforos de la hostelería en aras del bien común.

La fatiga de los ciudadanos es generalizada y comprensible. Si enfrente encuentran firmeza y pedagogía para mantenerse en guardia, esa fatiga puede encarrilarse y contrarrestarse de alguna manera. Si, por el contrario, lo que descubren en sus gobernantes es la máxima apertura posible de las restricciones, y discursos para animar a salir, a consumir e interactuar en las calles y en la hostelería, es más fácil que las cosas se vayan de las manos. Es lo que está ocurriendo en una comunidad convertida ya en atracción para el turismo europeo que encuentra en la capital española el mejor escenario para disfrutar y burlar las restricciones. Y que ofrece unos márgenes de imprudencia e inconsciencia que tendrán difícil reparación. Desde hace días, las cifras constatan un aumento sostenido de la incidencia de contagios. La Comunidad de Madrid, que aún no había logrado bajar de los 200 casos por 100.000 habitantes en 14 días, sumaba ayer 255. La media española, que alcanzó los 899 en el pico de esta tercera ola, había llegado a bajar hasta 127 a mediados de marzo. Ayer subió hasta los 149, al borde de regresar al semáforo rojo que España había abandonado. Y los ingresos hospitalarios vuelven a duplicar las altas.

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El Gobierno autónomo de Madrid ha exhibido su apoyo a la hostelería y ha generado una dicotomía perversa entre la supuesta libertad que supone su laxitud y la insolidaridad con el sector que atribuye a los demás. Es hora de romper ese falso dilema y todos los mandatarios, sean del color que sean, tienen que contribuir a hacerlo. Movilizarse contra el virus es por el momento lo esencial, aunque también sea imprescindible articular fórmulas para detener los efectos de las restricciones y arbitrar ayudas directas a los más afectados por el parón.

Hoy se sabe ya que el levantamiento de restricciones en Navidad desembocó en una tercera ola de la que aún no se ha salido. Es necesario frenar los excesos de las calles de Madrid, recuperar el sentido del toque de queda al que obliga el decreto del estado de alarma y, sobre todo, restaurar el papel de los gobernantes en la lucha contra el virus, que no puede ceder a la imprudencia, por grandes que sean la fatiga y el hartazgo, que conduce al final a una infravaloración de la enfermedad. Las políticas de Trump y Bolsonaro han sido letales en EE UU y Brasil, y son referentes que Madrid debería tener en cuenta. Junto a la vacunación, es necesario el esfuerzo de la contención. Con ayudas a los afectados, y paciencia.

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