Estos son mis principios...

…Y si no le gustan, tengo otros. La cita de Groucho resume el trágico sainete (perdón por el oxímoron) al que hemos asistido esta semana

La presidenta de Madrid Isabel Díaz Ayuso.Oscar Barroso (Europa Press)

…Y si no le gustan, tengo otros. La cita de Groucho resume el trágico sainete (perdón por el oxímoron) al que hemos asistido esta semana. Trágico, porque en ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

…Y si no le gustan, tengo otros. La cita de Groucho resume el trágico sainete (perdón por el oxímoron) al que hemos asistido esta semana. Trágico, porque en el homenaje a las víctimas del terrorismo percibíamos que muchos de nuestros representantes estaban a otra cosa. No es raro, estamos acostumbrados a que ese “estar a otra cosa” consista en aprovechar un acto de honra y memoria para manipular a voluntad el pensamiento de personas que ya no tienen capacidad de odiar o perdonar. Pero en este 11 de marzo, al habitual enojoso desacuerdo político con que España homenajea a sus víctimas se filtraba el runrún de fondo que provocó, ahora sí, el sainete político en el que unos cuantos demostraron amoldar los supuestos principios que les asisten a sus más inmediatos intereses, o sea, al sillón que ocupan. Tampoco es extraño, pero el jueves, al día siguiente de esa jornada que los periodistas calificaron de vértigo, no hicieron nada para fingir cierta compostura. Y aún así, con todo el descaro, siguieron hablando de principios. Me preocupa que este cinismo se nos contagie a todos. Unos días antes, cuando a la ministra de Igualdad le negaron acudir a un acto en un colegio público del barrio de San Blas, primero con la excusa de la covid, y luego ya por la razón de peso, salvar a las niñas inocentes del adoctrinamiento de una mala mujer, los principios de Ignacio Aguado parecían firmes. Como un solo hombre se unió a su jefa para proclamar que a los colegios no se iba a dar mítines. Tal cual. Por supuesto, hace una semana no le parecían mítines las visitas escolares de sus socios del PP o del inefable Ortega Smith. A mí esta prohibición me pareció tan grave que compartí mi indignación con amigos. Más de uno me contestó diciendo, como argumento político de peso, que Irene Montero les caía fatal. Tal vez todos somos víctimas de este virus de la extrema emocionalidad en los argumentos y hayamos vuelto a la vida escolar en la que el mundo se dividía entre los que nos caían bien y los que nos caían mal. Menos mal que Rocío Monasterio volvió al eje político cuando dijo que en el caso del veto a la visita de la ministra estaba actuando el pin parental. Ese mismo pin al que Ciudadanos se había negado por unos principios que abandonó cuando se trató de la ministra de Igualdad.

El miércoles a primera hora a mucha gente aún le cabía la esperanza de que por un día se hablara de Murcia. Créannos: incluso a los madrileños nos gustaría de vez en cuando pasar un poco desapercibidos. Pero la presidenta Ayuso no nos deja, es una virtuosa a la hora de robar el show, y ahí nos tiene, haciendo de madrileños de la mañana a la noche. Ejemplo: si en Murcia hay una moción de censura, yo convoco elecciones. Toma órdago. Para colmo, enseguida se supo que la mitad de los murcianos que habían presentado la moción de censura (por el bien de Murcia), se descolgaban de su rebeldía y optaban por volver al cómodo sillón (también por el bien de Murcia). Entretanto, en Madrid, el sin par Aguado concedía entrevistas. Una víctima, señores, una víctima. Yo he callado mucho, confesaba, por el bien de los madrileños. Por el bien de los madrileños, le decía al periodista, se mordió la lengua cuando su jefa Ayuso dijo que el 8 de marzo era el Día de la Mujer Infectada. Ahora, roto su silencio, definía a la presidenta como una mujer sin restricciones. También Ayuso se presentó como una víctima ante los medios. Víctima de esa mosca cojonera que había sido su vicepresidente, víctima de la madrileñofobia lacerante, víctima en fin. Mirando al frente como tan solo ella sabe hacerlo, coronó su discurso con un “socialismo o libertad”. Pablo Casado lo repitió, pero bajito, porque no lo acaba de ver. Y Rocío Monasterio, con esa sonrisa perenne que la adorna, paladeó su victoria.

Sobre la firma

Más información

Archivado En