Marginar a los ultras

Varias decisiones en Europa van en la dirección correcta de defender los valores frente a los radicales de derecha

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, en una imagen de archivo.Francisco Seco (AP)

Europa ha asistido esta semana, en cuestión de horas, a tres importantes iniciativas vinculadas con el futuro de la nebulosa ultraderechista en el continente. Los servicios secretos alemanes anunciaron la puesta formal bajo vigilancia de Alternativa para Alemania, principal partido de oposición en el Bundestag, por sospechoso de intentar subvertir el orden constitucional; el Gobierno francés ...

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Europa ha asistido esta semana, en cuestión de horas, a tres importantes iniciativas vinculadas con el futuro de la nebulosa ultraderechista en el continente. Los servicios secretos alemanes anunciaron la puesta formal bajo vigilancia de Alternativa para Alemania, principal partido de oposición en el Bundestag, por sospechoso de intentar subvertir el orden constitucional; el Gobierno francés ha declarado ilegal la organización radical xenófoba e islamófoba Génération Identitaire, por promover una ideología de odio; y el Partido Popular Europeo forzó la salida de sus filas de Fidesz, la formación del líder húngaro Viktor Orbán. Naturalmente, se trata de episodios con muy diversas características, y los grupos afectados también tienen diferencias entre ellos. Pero hay un común denominador claro sobre el que es conveniente reflexionar: cómo deben los moderados interactuar con formaciones de derecha extrema.

En el caso de Orbán, cabe celebrar que en el PPE, por fin, se asentara la idea de que Fidesz no podía ser parte del grupo, lo que ha precipitado su salida voluntaria. La decisión llega tarde, por la dilatada aquiescencia de la CDU alemana —una mancha en el por otra parte pulcro desempeño de la formación— y del PP español, entre otros. Estaba claro hace tiempo que Orbán incumple los estándares democráticos mínimos para pertenecer a la noble familia popular. Aun así, mejor tarde que nunca. En el caso de Génération Identitaire, es indudable que se trata de una decisión polémica, pero en su conjunto parece acertada la política de tolerancia cero contra quienes coquetean con retóricas y actos de previsibles consecuencias incendiarias. En el caso alemán, finalmente, se trata de un asunto fundamentado en largas investigaciones que corresponde sustancialmente a la justicia evaluar.

Cada caso tiene su propia naturaleza, y a menudo es difícil determinar la manera correcta de proceder. La cooptación a veces es una estrategia que puede dar frutos. Cordones sanitarios y, más aún, ilegalizaciones son acciones de máxima gravedad democrática que no pueden decidirse a la ligera. Pero una vez que hayan aflorado evidencias de un talante democrático deficitario o un insatisfactorio compromiso con los valores constitucionales, no puede haber titubeos. La brújula moral debe prevalecer siempre sobre consideraciones que la historia, casi inevitablemente, retratará como cálculos políticos de vuelo gallináceo. Este asunto cobra especial relevancia en este tiempo difícil. La crisis que empezó en 2008, más leve que esta, y la migratoria de 2015, dieron alas a grupos extremistas. Es posible que la actual lo haga más aún o provoque la deriva de algunos que ahora están en el límite. Hay que estar preparados. Obsérvese bien. Extráiganse conclusiones frente a extremismos, sea cual sea su color. La estrella polar son los valores fundamentales.

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