Govern fracasado

El dúo Esquerra-Junts no sabe combatir el vandalismo ni recuperar la economía

Miquel Sàmper, durante la rueda de prensa en la que ha valorado la actuación de los Mossos d'Esquadra durante las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasél.Alejandro García (EFE)

La semana de altercados, pillajes y vandalismo registrados en Cataluña a cuenta del caso Hasél sintetiza el rotundo fracaso del Govern independentista de Esquerra y Junts. En realidad, denota mucho más que eso, pues la entera legislatura protagonizada por Carles Puigdemont y Quim Torra —así como, en menor medida, la transición guiada por Pere Aragonès— ya había demostrado la parálisis de ese modelo, y su fiasco: es la fórmula misma la que impide generar una gestión ordenada de los asuntos colectivos.

Cuando un Ejecutivo acredita su incapacidad para encauzar el problema más básico...

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La semana de altercados, pillajes y vandalismo registrados en Cataluña a cuenta del caso Hasél sintetiza el rotundo fracaso del Govern independentista de Esquerra y Junts. En realidad, denota mucho más que eso, pues la entera legislatura protagonizada por Carles Puigdemont y Quim Torra —así como, en menor medida, la transición guiada por Pere Aragonès— ya había demostrado la parálisis de ese modelo, y su fiasco: es la fórmula misma la que impide generar una gestión ordenada de los asuntos colectivos.

Cuando un Ejecutivo acredita su incapacidad para encauzar el problema más básico de la comunidad a la que se debe, el orden público que garantiza la libertad, la seguridad de los ciudadanos y de las empresas —muchas, simples tiendas— es que falla estrepitosamente.

Más aún si su responsable de Interior —Miquel Sàmper— lo primero que hace es denigrar a la policía a su mando, alegando que el problema es el “modelo de orden público”; y lo segundo, esperar cinco días a calificar el vandalismo como vandalismo. Y cuando el presidente en funciones, Aragonès, también tardó lamentablemente demasiado en criticar la violencia de provocadores y manifestantes.

Ahí radica el hecho diferencial del pillaje callejero en Cataluña respecto al de otras zonas. A la equivocada tolerancia inicial del portavoz de Podemos, Pablo Echenique, se sumó en esta comunidad la del Govern entero. Sobre todo de Junts, el partido pujolista responsable de Interior y creador de su modelo policial. Y en el acarreo retórico de un decenio en favor de la desobediencia, la rebeldía y el desprecio a la ley y los tribunales. Nada distinto de la práctica de Donald Trump y sus ultras.

La fórmula falla no porque los gobernantes catalanes sean independentistas. No. Falla porque solo saben alcanzar su mayoría parlamentaria gracias a la antisistema, y también secesionista, CUP. Y esta dicta sistemáticamente el rumbo en las ocasiones clave a los socios de coalición. A Junts, porque esta formación tiene ganas de convertirse del partido burgués como el que nació en club de rebeldía de lujo, propiciando el caos en la vía pública para argumentar su hostilidad al Estado represor, no importa que lo encarne un consejero del propio partido. A Esquerra, porque este partido no sabe superar su desgana y se deja arrastrar por los otros dos protagonistas.

Como la experiencia es madre de la ciencia, no cabe esperar nada diferente de un eventual futuro Govern compuesto según esa fórmula: su pauta seguiría siendo excéntrica en el panorama europeo. Los catalanes han experimentado ya hasta la saciedad lo que da de sí: el desorden, la agresión, la decadencia. Otro Govern indepe sería así letal para la recuperación de Cataluña, su economía, su bienestar y sus instituciones.

Pero Esquerra no tiene ninguna obligación de seguir ese dictum. Dispone de otras fórmulas mejores. Lo son todas las que excluyan la tolerancia ante los violentos y el unilateralismo sectario. Y aboguen en cambio por el diálogo y la superación de la fractura social interna. Para ello es inexcusable empezar por el principio, devolver la dignidad a las instituciones: president, Govern y Parlament, paso previo necesario para civilizar la política y recuperar la economía. E incorporar a su cúpula, especialmente a la de la Cámara, a las fuerzas dispuestas de verdad al diálogo democrático.

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