¿Quién?

Imagino con horror lo que sería vivir el resto de mi vida habitado por un tú en vez de por un yo, que es lo normal

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Me levanto de la cama con el yo fuera de su sitio. Ignoraba que el yo ocupaba el centro de masas de la identidad hasta que ha sido desplazado por una especie de tú extraño, intrusivo, un tú que intenta expulsar de su lugar al yo. ¿Es esto lo que llaman un desorden mental? Para combatir el desconcierto, procuro llevar a cabo las rutinas diarias como si no pasara nada. Imagino con horror lo que sería vivir el resto de mi vida habitado por un tú en vez de por un yo, que es lo normal. Los tús o túes, no sé cómo se dice, habitan en los otros. Mientras desayuno, observo disimuladamente al invasor y ...

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Me levanto de la cama con el yo fuera de su sitio. Ignoraba que el yo ocupaba el centro de masas de la identidad hasta que ha sido desplazado por una especie de tú extraño, intrusivo, un tú que intenta expulsar de su lugar al yo. ¿Es esto lo que llaman un desorden mental? Para combatir el desconcierto, procuro llevar a cabo las rutinas diarias como si no pasara nada. Imagino con horror lo que sería vivir el resto de mi vida habitado por un tú en vez de por un yo, que es lo normal. Los tús o túes, no sé cómo se dice, habitan en los otros. Mientras desayuno, observo disimuladamente al invasor y se le ve tranquilo. Quizá espera que el yo baje un poco más la guardia para avanzar.

Pasamos el resto del día sin que las posiciones se modifiquen. A la hora de la cena, aunque sólo suelo tomar una manzana y un yogur, el tú me ordena abrir una lata de sardinas en aceite de la que doy cuenta con una barra de pan y más de media botella de vino. Significa que pasaré mala noche. El tú ha progresado obligando al yo a hacerse fuerte en las regiones del cuerpo mientras que él ocupa las de la mente, desde las que decide, entre otros asuntos, qué debo o qué no debo comer. Me da miedo dormir porque no sé quién de los dos se despertará mañana o si despertaremos de nuevo ambos y dedicaremos el día a negociar.

Me levanto de madrugada con reflujo gástrico y ardor de estómago. El tú me ordena ir a la nevera a comerme un helado. Le digo que no y replica con aspereza que yo sabré lo que hago. Entonces le confieso que jamás he sabido lo que hacía. A lo que contesta, irónico: “¿No te pondrás a llorar ahora?”. Al amanecer del cuarto o quinto día, le pregunto quién es y responde, con una carcajada siniestra: “¿Quién voy a ser? Soy tú”.

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