Columna

Demagogia sin disfraz

Francia asistirá, perpleja, a unos comicios que osan ser más radicales contra los musulmanes franceses

Marine Le Pen frente a Gérald Darmarin, ministro del interior de Emmanuel Macron, en el debate celebrado la semana pasada.DPA vía Europa Press (Europa Press)

Esperado en Francia, el primer gran debate televisado, antesala de las elecciones presidenciales de 2022, oponía, este 11 de febrero, a Marine Le Pen, de extrema derecha, frente a Gerald Darmarin, ministro del interior de Emmanuel Macron. Una suerte de puesta a punto de los principales argumentos, que sirve de entrenamiento previo al lanzamiento de la contienda. El resultado ha sido destructor, distinto del cariz de aquel conocido cara a cara con Marine Le Pen en la segu...

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Esperado en Francia, el primer gran debate televisado, antesala de las elecciones presidenciales de 2022, oponía, este 11 de febrero, a Marine Le Pen, de extrema derecha, frente a Gerald Darmarin, ministro del interior de Emmanuel Macron. Una suerte de puesta a punto de los principales argumentos, que sirve de entrenamiento previo al lanzamiento de la contienda. El resultado ha sido destructor, distinto del cariz de aquel conocido cara a cara con Marine Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales de 2017. En esta ocasión, ha emergido, contra pronóstico, un sello propio del ministro de Macron, situado a la derecha de la extrema derecha.

Más allá de la factura intelectualmente mediocre del debate, el mensaje transmitido por ambos interlocutores es abrumador: la “cuestión” del islam será un tema clave en la campaña electoral de Macron como, por supuesto, de Marine Le Pen. El matiz estriba en la coincidencia misma con la ultraderecha: confundir cínicamente, y por racismo confesional, el islam con el islamismo político, un extremo severamente criticado tanto por la derecha clásica como desde las posiciones de izquierda. Ahora es el ministro del interior de un gobierno supuestamente laico que ataca directamente a una religión como tal. Al fragor de la estupefacción que le generó, la candidata de la extrema derecha, con gran sentido de la oportunidad, lanzó a la arena otra paradoja: “No quiero atacar el islam, que es una religión como otra, y, porque me siento profundamente atada a los valores franceses (de laicidad), deseo garantizar su libertad total de organización y la libertad del culto”.

Francia asistirá, perpleja, a unos comicios que osan ser más radicales contra los musulmanes franceses. Ahora la retórica de la cantera de Macron rompe el “cordón sanitario”, y por lo tanto ha relajado considerablemente las tácticas de Marine Le Pen que, desde hace años, buscaba sin éxito hacer creer que su partido, violentamente antislámico, respeta la libertad confesional. El objetivo: arrebatarle el electorado de la extrema derecha.

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Un estado de cosas abarcable, desde luego, en el lema macronista del “todo vale”, esto es, “al mismo tiempo con la derecha y la izquierda”. Un menú de comida rápida que permitió su victoria en 2012, pero que latía sobre un claro sometimiento a la derecha conservadora; la puesta en escena televisiva, controlada desde el palacio del Elíseo, ha hermanado el lema con los objetivos programáticos de Le Pen: hay que ganar las elecciones, esta vez, utilizando la vieja estrategia de François Mitterrand, a costa de fortalecer a la misma extrema derecha. Porque lo que teme ante todo es hallar en la segunda vuelta de las presidenciales no a Marine Le Pen sino a otro candidato, de derecha o izquierda. Sabe que en este caso podría perder la batalla. Pero, entretanto, la derecha y la izquierda intentarán arrinconarlo en este juego sucio, para que los millones de franceses de confesión musulmana, que mayoritariamente respetan la laicidad de la vida pública, no lo olviden a la hora de votar.

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