Columna

¿Cómo hay que llamarlo?

Fenómenos como el bolsonarismo y el trumpismo desafían a la prensa a asumir responsabilidades y a fortalecer la búsqueda de la verdad

Manifestantes que representan a pacientes sin oxígeno participan en una protesta contra el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y su gestión de la pandemia, en Brasilia (Brasil), el pasado 31 de enero.SERGIO LIMA (AFP)

Un estudio publicado en exclusiva por EL PAÍS sostiene que Jair Bolsonaro lideró “una política institucional de propagación del virus”, con el objetivo de contagiar a la mayor parte de la población para acelerar la reanudación de las actividades económicas. Realizado por la Universidad de São Paulo y la ONG Conectas Derechos Humanos, el estudio se basa en el análisis de 3.049 normas federales de 2020. Los actos y las declaraciones ...

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Un estudio publicado en exclusiva por EL PAÍS sostiene que Jair Bolsonaro lideró “una política institucional de propagación del virus”, con el objetivo de contagiar a la mayor parte de la población para acelerar la reanudación de las actividades económicas. Realizado por la Universidad de São Paulo y la ONG Conectas Derechos Humanos, el estudio se basa en el análisis de 3.049 normas federales de 2020. Los actos y las declaraciones de Bolsonaro y su Gobierno fueron determinantes para producir más de 220.000 muertes. Ya han llegado más de 60 solicitudes de impeachment contra Bolsonaro al Congreso y tres comunicaciones por crímenes de lesa humanidad relacionados con la covid-19 en la Corte Penal Internacional. La pregunta es: ¿cuándo la prensa se permite llamar a un delito “delito” y a un criminal “criminal”?

No hay una respuesta fácil. El periodismo serio solo considera culpables a quienes han sido condenados por el sistema formal de justicia. Por buenas razones, entre ellas el rigor que protege a la prensa de cometer injusticias y a la sociedad de sufrirlas. El problema es que, según este criterio, a muchos de los genocidas de la historia nunca se les consideraría como tal en su época, porque tienen el control total o parcial del Estado. Lo mismo ocurre con los asesinos, secuestradores y torturadores. En Brasil, la dictadura cívico-militar (1964-1985) mató a más de 8.000 indígenas y a más de 400 no indígenas. Aunque los autores fueron identificados, ninguno fue encarcelado.

En su biografía, el expresidente Barack Obama cuenta que la prensa contribuyó a la génesis de criaturas como Donald Trump y similares, a quienes se les dio un amplio espacio en periódicos respetables para difundir sus mentiras. El resultado fue la corrosión de la esencia del periodismo: los hechos. Y, con ella, la corrosión de una de las mayores democracias del mundo, con sucesos como la invasión del Capitolio y cinco muertos.

La prensa desempeñó un papel en la ascensión de fenómenos como el trumpismo y el bolsonarismo, que están lejos de desaparecer, al resistirse a tratar las mentiras como mentiras y los delitos como delitos. También se equivocó durante décadas al equiparar a negacionistas del clima con científicos de probada credibilidad, informando apenas a la sociedad sobre un tema que afecta a la propia supervivencia de la especie.

Es urgente volver a pactar las reglas establecidas en el siglo XX, mucho antes de que Internet transformara el mundo y la convivencia en algo mucho más complejo. El periodismo necesita nuevas estrategias. No para debilitar el rigor, lo cual solo igualaría la prensa a las redes sociales, sino, para fortalecer la búsqueda de la verdad, un compromiso fundamental del periodismo que merece este nombre.

Traducción de Meritxell Almarza.

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