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Columna

Sigo sin luz

Soñé con el dióxido de nitrógeno, que oscurece la ciudad como una tentación suicida

Soñé con el dióxido de nitrógeno, que oscurece la ciudad como una tentación suicida. En el sueño aparecían mi padre y mi madre sentados en un sofá de escay. Mi padre miraba a cámara (es decir, a mí) para advertirme de que llevara cuidado con la contaminación.

Mi madre, con el mando de la tele en la mano, asentía sin pronunciar palabra. Pasados unos instantes, me apuntaba con el mando y oprimía el botón de apagado sin que sucediera nada, excepto que yo le suplicaba que no me apagara. Pero ella continuaba intentándolo sin reparar en mi súplica.

Respiré aliviado porque al mando, evi...

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Soñé con el dióxido de nitrógeno, que oscurece la ciudad como una tentación suicida. En el sueño aparecían mi padre y mi madre sentados en un sofá de escay. Mi padre miraba a cámara (es decir, a mí) para advertirme de que llevara cuidado con la contaminación.

Mi madre, con el mando de la tele en la mano, asentía sin pronunciar palabra. Pasados unos instantes, me apuntaba con el mando y oprimía el botón de apagado sin que sucediera nada, excepto que yo le suplicaba que no me apagara. Pero ella continuaba intentándolo sin reparar en mi súplica.

Respiré aliviado porque al mando, evidentemente, se le habían acabado las pilas, hasta que mi padre salió de plano y regresó enseguida con unas de repuesto que cambió por las viejas como el que carga un revólver. Después le devolvió el mando a mi madre que me apuntó de nuevo y disparó. Desperté en el momento mismo de apagarme y me incorporé, lóbrego, para ir al baño. Era el mismo de siempre y a la vez era distinto. Me observé en el espejo y no noté nada porque la procesión iba por dentro.

Por la mañana, mientras mi mujer y yo desayunábamos, dijeron por la radio que Madrid había sobrepasado una vez más los niveles de dióxido de nitrógeno tolerables. “Tenemos que llevar cuidado con eso”, dije. “¿Con qué?”, preguntó ella, que debía de estar pensando en sus cosas. “Con el dióxido de nitrógeno”, dije yo.

Ella hizo un gesto ambiguo, como de entender y no entender de qué le hablaba. Más tarde, a media mañana, dijo que me notaba apagado. No sabes hasta qué punto, respondí para mis adentros. Estuve todo el día sin hacer nada, como un negativo de mí mismo, a la espera de que llegara la noche con la ilusión de que al dormirme volvieran a encenderme. Pero sigo sin luz.

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