Columna

Es hora de seguir adelante

El Reino Unido tiene que dejar atrás el Brexit, pero la Unión Europea también

EUROINTELLIGENCE.COM

Tengo que reconocérselo a Sir Keir Starmer, líder del Partido Laborista. Starmer tomó la decisión correcta al obligar a sus diputados a apoyar el acuerdo comercial con la Unión Europea. El Partido Laborista perdió tres elecciones y un referéndum sobre este desdichado asunto. Algunos de sus miembros veteranos, entre ellos Lord Kinnock, querían seguir luchando. El Brexit era la batalla política definitoria de su vida. Sir Keir tomó la valiente decisión de competir en las elecciones de 2024 mirando al futuro, no al pasado. Él quiere seguir adelante.

La Unión Europea debería hacer lo mismo....

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Tengo que reconocérselo a Sir Keir Starmer, líder del Partido Laborista. Starmer tomó la decisión correcta al obligar a sus diputados a apoyar el acuerdo comercial con la Unión Europea. El Partido Laborista perdió tres elecciones y un referéndum sobre este desdichado asunto. Algunos de sus miembros veteranos, entre ellos Lord Kinnock, querían seguir luchando. El Brexit era la batalla política definitoria de su vida. Sir Keir tomó la valiente decisión de competir en las elecciones de 2024 mirando al futuro, no al pasado. Él quiere seguir adelante.

La Unión Europea debería hacer lo mismo.

La UE está entrando en una fase diferente de su historia. El Brexit señala el final de la era de la ampliación, una época que empezó en 1973, cuando el Reino Unido ingresó en la Comunidad Económica Europea, y alcanzó su cenit en 2013 con la adhesión de Croacia. Lo que deseo y espero es que, ahora, la Unión entre en una era de integración. En el Reino Unido, tanto los partidarios de la permanencia como de la salida se oponían a la integración prácticamente en todas las áreas políticas. En la Europa de los 27 la cohesión es mayor que en la de los 28. Puede que la UE acabe viendo en el Brexit una precondición necesaria, aunque no suficiente, para la siguiente etapa de integración. No espero, ni deseo, más salidas formales basadas en el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, pero más geometría variable es posible y deseable.

La previsible retirada de Angela Merkel de la política añadirá un giro más. La prioridad de la canciller ha sido mantener a Europa central y del Este comprometidas con la Unión. Merkel era abiertamente hostil a una integración limitada a la zona euro. Los fundamentos de su hostilidad no eran ideológicos. La mandataria no pertenece a la tradición del ordoliberalismo alemán. Su oposición se basaba en el temor a que una integración limitada a la eurozona resultase perjudicial para las buenas relaciones entre Alemania y Polonia. El Brexit fue el accidente que no juzgó acertadamente. Pero Merkel invirtió capital personal en garantizar que Polonia y Hungría siguieran comprometidas. Sacrificó gustosa el mecanismo del Estado de derecho. Su prioridad política siempre ha sido la cohesión, no la integración.

El Brexit ayudará a aclarar los errores con las categorías. En Reino Unido el debate se ha desarrollado entre los partidarios de la salida, que se oponían a la integración europea, y los defensores de la permanencia, que se negaban a aceptar lo que estaba ocurriendo. Si bien en el referéndum de 2016 yo estaba a favor de la permanencia, me preocupaba la visión restringida que sus líderes tenían de Europa. La unión de la que ellos querían seguir siendo miembros no era de ningún modo la misma que yo había vivido. Entendía a los euroescépticos. Ellos eran el demonio que yo conocía. Al menos estábamos de acuerdo en qué es la Unión Europea. Quizá esta confusión con las categorías nunca se resuelva formalmente, pero el absurdo debate británico pasará a segundo plano. Al final, la verdadera línea divisoria de la política europea, la que separa la cohesión de la integración o, si se prefiere, la visión del mundo de Angela Merkel de la de Emmanuel Macron, aparecerá con mayor nitidez.

Los medios de comunicación del Reino Unión desempeñaron un papel muy importante en el sostenimiento de estas falsas categorías. Todavía lo desempeñan. Euroescepticismo ni siquiera era una palabra antes de que los británicos la inventaran. Con la llegada de la ampliación, el inglés se había convertido en la lengua franca de la unión. Creo que esto no va a cambiar, pero lo que sí que marcará una diferencia será que los medios de comunicación del Reino Unido no pertenezcan a la Unión Europea. Con el rápido avance de las tecnologías de la traducción y el aumento del uso de las redes sociales, los periódicos y las emisoras en inglés perderán su monopolio natural como portales de comunicación. No creo que esto suceda de la noche a la mañana. Pero, con el tiempo, a medida que sigamos adelante sin el Reino Unido, nos contaremos unos a otros diferentes historias a través de diferentes canales de comunicación.

Si algo puede hacer fallar mi relativamente optimista hipótesis de partida para la futura integración europea son los errores en la adopción de políticas. La zona euro no sobrevivirá a otro experimento de austeridad. La única hipótesis contrafactual previsible es que la UE se quede aún más rezagada en innovación. En la década de 1970 y principios de la de 1980, Alemania todavía consiguió hacerse un hueco en la primera generación de tecnologías digitales, pero luego Estados Unidos la dejó atrás. Los éxitos de la alemana BioNTech y del Oxford Vaccine Group han alentado la esperanza de que la ciencia europea siga estando a la altura de los mejores. Me temo que estos casos sean excepciones. En la mayoría de las áreas de la alta tecnología, la Unión Europea va a la zaga de Estados Unidos y China.

Tengo una confianza moderada en que el Reino Unido se haga un hueco en unos cuantos sectores, como la inteligencia artificial, la investigación genética y la tecnología financiera. Pero me preocupa cómo va a arreglárselas la Unión Europea en el siglo XXI digital. Tampoco estoy seguro de que la UE se haya hecho ningún favor con el acuerdo comercial con el Reino Unido. Hubiera preferido un acuerdo para fortalecer la innovación conjunta en las áreas de la alta tecnología que uno centrado en proteger las cuotas de mercado heredadas.

Sin innovación, la integración se vuelve más difícil. Lo máximo que podríamos esperar en un mundo así sería un mero mecanismo de transferencia con ganadores y perdedores, lo cual no puede constituir una base política estable. Una auténtica unión fiscal necesitaría una economía pujante que generase los recursos para financiarla, bien directamente, bien a través de eurobonos. No debemos pensar en la integración tan solo en términos de tratados e instituciones. La integración solo puede funcionar si se basa en el modelo de negocio de una economía de alta tecnología, en contraposición al de un museo.

Mi rayo de esperanza radica en que es posible que la idea de la codependencia de la innovación y la integración se haga más evidente a medida que se disipe la niebla del Brexit y más gente llegue a la misma conclusión que Sir Keir, a saber, que, verdaderamente, es el momento de seguir adelante.

Wolfgang Münchau es director de eurointelligence.com

Traducción de News Clips.

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