Columna

El ministro Illa en el mundo de Epi y Blas

En tiempos de crispación, mediocridad y sectarismo, es de justicia decirlo. La discreta historia de Salvador Illa es la de un estilo correcto y humano que conforma lo único que merece permanecer de todo lo que hemos visto

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en la sala de prensa de La Moncloa.Rodrigo Jiménez (EFE)

Programados para criticar, o para ejercer la crítica, cuesta desentumecer las manos para aplaudir. Pero son tan pocas las ocasiones que tenemos para hacerlo y tan escasa nuestra generosidad que, en ocasiones como hoy, es de justicia. No hablo solo de la vacuna, fabuloso resultado de una aproximación a la ciencia como esfuerzo colectivo en el que el sentido visionario de una bioquímica húngara o de dos alemanes de origen turco se ha conjugado con el músculo de grandes farmacéuticas y el dinero bien empleado. Buenísima lección para los enemigos de la inmigración, por cierto.

Hablamos de u...

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Programados para criticar, o para ejercer la crítica, cuesta desentumecer las manos para aplaudir. Pero son tan pocas las ocasiones que tenemos para hacerlo y tan escasa nuestra generosidad que, en ocasiones como hoy, es de justicia. No hablo solo de la vacuna, fabuloso resultado de una aproximación a la ciencia como esfuerzo colectivo en el que el sentido visionario de una bioquímica húngara o de dos alemanes de origen turco se ha conjugado con el músculo de grandes farmacéuticas y el dinero bien empleado. Buenísima lección para los enemigos de la inmigración, por cierto.

Hablamos de un ministro y de un estilo. Este es el contexto: en el universo en que habitamos, el 8-M es malo y el concierto de Raphael es bueno. El mundo es binario: Epi y Blas, cerca y lejos, blanco y negro, Fernando Simón héroe o villano. El inicio de la vacunación muestra el “afán recentralizador” del Gobierno para Laura Borràs, pero sin embargo es materia de comunidades autónomas, según el PP, que los miércoles quiere perfil bajo del Gobierno mientras los jueves, alto. Madrid es dinamismo económico, pero al mismo tiempo quiere más vacunas como si su población estuviera envejecida como la de Castilla-La Mancha o la de León. O el PP acusa al Gobierno de propaganda vacunal mientras su líder desfiló ostentosamente por el hospital Zendal en su falsa inauguración. ¿Recuerdan los aeropuertos sin aviones? Epi y Blas.

Y ahí estamos. Cualquier día les veremos discutir por si hay que poner la vacuna por la mañana o por la tarde, en el brazo derecho o el izquierdo.

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En ese contexto, hay un ministro que sabe no entrar al trapo, que no se cuelga medallas, que no suele arrojar datos a la cara de nadie, que pide disculpas, que responde con humildad y sin confrontación. Ha cometido errores, como no podía ser de otra manera en un tsunami, pero los ha reconocido y ha mantenido el pulso ante comunidades rebeldes que han aprovechado para su particular procés, como Madrid. En tiempos de crispación, mediocridad y sectarismo, es de justicia decirlo. La discreta historia de Salvador Illa es la de un estilo correcto y humano que conforma, junto con la vacuna, lo único que merece permanecer de todo lo que hemos visto. Y sin su cara en las camisetas.

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