Editorial

Exigir a Irán

Occidente debe reclamar al régimen iraní respeto de los derechos humanos

Ruhollah Zam en una de las sesiones del juicio en que fue condenado a muerte.WANA NEWS AGENCY (Reuters)

La ejecución, hace una semana, del periodista opositor Ruhollah Zam ha supuesto un salto cualitativo de la represión en la República Islámica. El relator especial de la ONU para la situación de los derechos humanos en Irán, Javaid Rehman, ha denunciado el creciente recurso de las autoridades iraníes a la pena de muerte contra quienes expresan su disidencia.

Irán lleva varios años siendo el país con más ejecuciones per cápit...

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La ejecución, hace una semana, del periodista opositor Ruhollah Zam ha supuesto un salto cualitativo de la represión en la República Islámica. El relator especial de la ONU para la situación de los derechos humanos en Irán, Javaid Rehman, ha denunciado el creciente recurso de las autoridades iraníes a la pena de muerte contra quienes expresan su disidencia.

Irán lleva varios años siendo el país con más ejecuciones per cápita, sólo superado en cifras absolutas por China. Tampoco son nuevos los juicios sin garantías y su apoyo en confesiones forzadas. Además, en el caso de Zam, su secuestro el año pasado fuera de Irán ha enviado un mensaje escalofriante a los activistas exiliados que, en busca de apoyo internacional, lo han comparado con el del saudí Jamal Khashoggi, brutalmente asesinado en el consulado de Arabia Saudí en Estambul.

Una rápida movilización en las redes sociales logró que se suspendiera un Foro de Negocios UE-Irán previsto para esta semana. Sin embargo, no ha acabado con el temor a que cualquiera de ellos pueda ser el siguiente capturado y devuelto por la fuerza a Irán. Tras su éxito con Zam, los servicios secretos de la Guardia Revolucionaria, el ejército ideológico que es el verdadero poder en la República Islámica, han secuestrado en países vecinos a otros dos opositores, Jamshidi Sharmahd y Farajollah Chaab, que como aquel afrontan una condena a muerte.

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La voluntad del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, de reintegrar a su país en el acuerdo nuclear y dejar atrás la política de enfrentamiento de su predecesor es una buena noticia. Pero hay que evitar que el régimen iraní interprete la vuelta al diálogo como un triunfo que da vía libre a sus tropelías. Además de poner sobre la mesa las objeciones a su programa de misiles y su interferencia regional, la comunidad internacional —y especialmente la UE— debe dejar claro que es inaceptable el secuestro de activistas exiliados y el encarcelamiento de extranjeros o binacionales para usarlos como rehenes en la liberación de agentes del régimen condenados en otros países.

El diálogo con Irán —por el que optaron la Administración de Obama y la UE, y del que se descolgó Trump— es a medio y largo plazo un camino más prometedor para encauzar las relaciones que la confrontación. Pero el diálogo tendrá que ser exigente. Garantizar que no haya un camino abierto hacia la tecnología nuclear militar es esencial; reducir actividades iraníes oscuras en la región es importante; pero también debe reclamarse el respeto de los derechos humanos. El régimen tiene que saber que ciertas acciones tienen un coste. Tendrá que abandonar su retórica de amenazas y su doble lenguaje si quiere ser tratado con el respeto que exige, y que los iraníes se merecen.


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