Editorial

En pantalla grande

El estreno simultáneo de películas en salas y plataformas es un nuevo revés para una industria que vive un año nefasto

Vista de los estudios de Warner Bros en Burbank, California (EE UU).ROBYN BECK (AFP)

Al igual que el XIX fue el siglo de las novelas, el XX ha sido la era de las grandes películas y las salas de cine, que no solo representaron una revolución cultural, sino también social e incluso urbana. Pero esta época puede estar llegando a su fin. El anuncio la semana pasada de la decisión de la gran productora estadounidense Warner de estrenar simultáneamente en salas y en plataformas todos sus grandes títulos de 2021 representa el último revés para la exhibición cinematográfica, que ha vivido un año funesto. La pandemia, durante la que se han cerrado muchas salas y vaciado las que perman...

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Al igual que el XIX fue el siglo de las novelas, el XX ha sido la era de las grandes películas y las salas de cine, que no solo representaron una revolución cultural, sino también social e incluso urbana. Pero esta época puede estar llegando a su fin. El anuncio la semana pasada de la decisión de la gran productora estadounidense Warner de estrenar simultáneamente en salas y en plataformas todos sus grandes títulos de 2021 representa el último revés para la exhibición cinematográfica, que ha vivido un año funesto. La pandemia, durante la que se han cerrado muchas salas y vaciado las que permanecían abiertas, no ha hecho más que acelerar una tendencia clara: el ocio de los consumidores se ha desplazado de los largometrajes a las series y de las pantallas grandes a las pequeñas.

Disney ya tomó una decisión similar al principio de la pandemia, cuando renunció a estrenar su última superproducción en salas y obtuvo más que aceptables resultados en la taquilla virtual. Nadie en el sector duda de que el resto de las majors, como Sony, Universal y Metro Goldwyn Mayer, están preparando estrategias similares. El problema ya no está en saber cómo ha ocurrido este cambio de paradigma —en buena medida, como en otros sectores, por el impacto del desarrollo tecnológico—, sino en el dilema de cómo afrontarlo. Qué pasos pueden tomar las instituciones culturales y los propios productores, creadores y exhibidores para salvar los cines.

El cambio de paradigma resulta imparable. Probablemente, la actividad creativa logrará nuevas vías de rentabilidad en ese nuevo marco. Pero la pandemia ha hundido en crisis existencial absoluta y urgente a las salas de cine. Esto tiene un doble significado: uno económico y laboral para ese segmento específico del sector, y otro de orden sociocultural. Ver cine en pantalla grande es una suerte de especial liturgia cultural que tiene valor para muchos, y que el propio cine ha sabido retratar de forma muy emocionante en algunas películas. Ante esta situación, por ejemplo, el Gobierno francés —tradicionalmente muy atento a la protección del sector cultural— ha adoptado recientemente medidas de ayuda sectorial.

Cada sociedad tendrá que decidir hasta qué punto apoyar a un sector que afronta una poderosa y prolongada reestructuración. Pero, sin duda, parece correcto adoptar medidas para que pueda sobrevivir a esta aguda crisis que no tiene que ver con dinámicas naturales del mercado. A partir de ahí, no se trata solo de conceder subvenciones y mantener un IVA reducido que ayuden a rebajar el precio de las entradas. Salvar los cines pasará también por atraer a nuevos espectadores, por convertir las salas en espacios culturales vivos, por seguir demostrando con arte que el espectáculo de contemplar una película en una pantalla grande no tiene equivalente.

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