Columna

¿Qué Navidad hay que salvar?

Al señor Scrooge el fantasma de las navidades presentes le advirtió de las consecuencias de sus actos y le mostró la manera de repararlos. ¿Contamos nosotros con esa suerte?

Ambiente de compras pre-navideñas en el Portal del Ángel este lunes en el centro de Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)

A los niños de entonces se nos regalaba un libro de la Colección Clásicos de Bruguera y se nos abandonaba a nuestra suerte: estábamos expuestos al miedo, a la cursilería, al mundo sobrenatural y también a lo social. No había jamás una advertencia sobre escenas que pudieran herir nuestra sensibilidad. Tal vez los niños de entonces carecíamos de ella, de sensibilidad, o puede que a fuerza de estar expuestos a todo tipo de argumentos, de lo excelso a lo estúpido, los pequeños salvajes conseguíamos pulir nuestro gusto. Conservo mi volumen de Cuento de Navidad, con su papel basto, amarillead...

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A los niños de entonces se nos regalaba un libro de la Colección Clásicos de Bruguera y se nos abandonaba a nuestra suerte: estábamos expuestos al miedo, a la cursilería, al mundo sobrenatural y también a lo social. No había jamás una advertencia sobre escenas que pudieran herir nuestra sensibilidad. Tal vez los niños de entonces carecíamos de ella, de sensibilidad, o puede que a fuerza de estar expuestos a todo tipo de argumentos, de lo excelso a lo estúpido, los pequeños salvajes conseguíamos pulir nuestro gusto. Conservo mi volumen de Cuento de Navidad, con su papel basto, amarilleado, ¡medio siglo ya! Nunca he comprobado cómo eran las traducciones, no he juzgado los dibujos ni las versiones. Como decía Borges tras ver a una compañía malinterpretando a Shakespeare: Shakespeare sobrevivió. Pues bien, Charles Dickens, contra viento y marea, sobrevivió y penetró en nuestras vidas con su A Christmas Carol haciéndonos reflexionar muy tempranamente sobre la bondad, la avaricia, la injusticia social y algo que la vida a menudo nos niega: la posibilidad de rectificación. Ya saben, al avaro Ebenezer Scrooge se le aparecen los fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura y le obligan a presenciar su cruel comportamiento para que reflexione en los minutos finales de su vida, se observe en toda su inhumanidad, y tras arrepentirse repare el mal causado.

Escribo este artículo que parece de Nochebuena, porque este año los preparativos se han adelantado de fecha. Escucho sin cesar el objetivo, “salvar la Navidad”, y encuentro que en él se contienen el lametón de las buenas intenciones y el relamido de la codicia. Qué tiempos aquellos en que criticábamos el consumismo, qué viejo se ha quedado el mundo de 2019.

Ahora hay que salvar la Navidad yendo al rescate del comercio. Terminarán por convencernos de que disminuir el consumo es poco solidario.

No se gastará dinero como antaño, ya no somos los de entonces. Hay demasiados ciudadanos sin expectativas como para igualar el ritual colectivo del derroche. Salvar la Navidad es el desafío y en efecto podemos correr a salvarla irreflexivamente sin pensar en cuántos estaremos celebrándola en 2021. No se sabe cuántos se marcharán para siempre a cuenta de la celebración. ¿Llegarán después las bajas de enero? No hay que ser aguafiestas, pero las recomendaciones de las autoridades se contradicen de tal manera con las de los científicos que nos sumen en el puro desconcierto: que si allegados, que si convivientes, que si seis, que si cuatro, que diez, que consuma usté para salvar el comercio, ah, no, que mejor no salga de casa y compre por Internet, que no se arrime a otros ni entre en locales cerrados, bueno que sí, entre, sí, entre, qué coño, ¡es el desafío de la libertad! Mejor no viaje o viaje solo si se trata de abrazar a su anciana madre, reúnase en Nochebuena con 10 familiares/allegados y en Nochevieja con otros 10, que no hace falta que sean los mismos, lo importante (según entiendo) es el número. Este virus es muy respetuoso con el número de comensales.

Al señor Scrooge el fantasma de las Navidades presentes le advirtió de las consecuencias de sus actos y le mostró la manera de repararlos. ¿Contamos nosotros con esa suerte? Una serie de epidemiólogos tratan de sembrar sensatez en tamaña confusión. Yo quisiera imaginar un sosegado cierre de 2021, incluso tengo el brazo extendido para ser vacunada, espero desde ya mi turno. No sueño con reunirme con 50 personas, ni con amontonarme, es algo más complejo: echo de menos la espontaneidad que concede la libertad de movimientos, el verme las caras y charlar sin distancia con personas a las que apenas conozco. Esa sorpresa, esa espontaneidad. Pero las Navidades futuras dependen en gran medida de las decisiones individuales, y como la ficción me ayudó desde niña a distinguir entre lo mejorable y lo irreparable, trato de organizar este presente para que el futuro sea mejor. Tampoco requiere tanto esfuerzo.

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