Columna

Eufemismo progresista

¿Qué progresismo es ese con el que se asocia el presidente de Gobierno?

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, pasa ante el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, en el Congreso.Efe

Ya tenemos presupuestos prorrogables para toda la legislatura, pactados con una mayoría “progresista”. Pero no son unos presupuestos transversales de lucha contra la covid, como pretendía Sánchez, para lo que precisaba incluir a Cs en el pacto, sino que son unos presupuestos de confrontación con la derecha españolista, como pretendía Iglesias, que ha ganado así la primera batalla de su guerra de posiciones clase contra clase que hizo aprobar en Vistalegre II. Con ello, el tridente Iglesias-Rufián-Otegi ha logrado torcer el brazo a Sánchez, ganando el pulso que le echaron por ver quién i...

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Ya tenemos presupuestos prorrogables para toda la legislatura, pactados con una mayoría “progresista”. Pero no son unos presupuestos transversales de lucha contra la covid, como pretendía Sánchez, para lo que precisaba incluir a Cs en el pacto, sino que son unos presupuestos de confrontación con la derecha españolista, como pretendía Iglesias, que ha ganado así la primera batalla de su guerra de posiciones clase contra clase que hizo aprobar en Vistalegre II. Con ello, el tridente Iglesias-Rufián-Otegi ha logrado torcer el brazo a Sánchez, ganando el pulso que le echaron por ver quién imponía su estrategia integradora o polarizadora. Aunque, para dorar la píldora, han tenido la condescendencia de llamar a su pacto “progresista”, en lugar de frentista.

Lo cual supone una nueva victoria para Iglesias, que así logra imponer su propio marco mental discursivo. Como buen populista, aplica al pie de la letra la Teoría del Discurso de la Escuela de Essex patentada por Laclau, que combina las enseñanzas del marxista Gramsci con el psicoanalista Lacan para crear una herramienta retórica que hace de los “significantes vacíos” un instrumento generador de identidades atrápalo-todo. El primer Iglesias recurrió a marcos mentales rudos y toscos como el de “casta” que no engañaban a casi nadie. Pero ahora se ha refinado bautizando a su bloque histórico como “progresista”: un significante vacío pero inequívocamente seductor y positivo, al que se le han limado todas las garras radicales. Pues ¿quién podría oponerse al avance histórico del progreso? Y ha tenido éxito, pues hasta los cronistas parlamentarios hablan de coalición “progresista”.

Pero ¿qué hay de “progresista” en el tridente Iglesias-Rufián-Otegi? Hoy, en Occidente, el progresismo es sinónimo de protección universal de los derechos ciudadanos: civiles, políticos y sociales, por este mismo orden de prioridades. Pero lo que no es en absoluto progresista es poner la carreta delante de los bueyes, protegiendo los derechos sociales sin reconocer ni defender los derechos civiles y políticos, como hacen las dictaduras de ambos signos. Y, en este aspecto, los socios de la “coalición progresista” que ha sacado adelante los Presupuestos Generales del Estado presentan un historial en absoluto progresista. Otegi pertenece a un partido-movimiento que alardea de homenajear a violadores de derechos humanos, sin ningún respeto por el derecho a la vida y a la integridad. Rufián pertenece a un partido que participó en una declaración unilateral de independencia aprobando leyes que violaban los derechos políticos de la mitad de los catalanes, y que aún hoy mismo sostiene que no se arrepiente de nada y que lo volvería a hacer. E Iglesias ha demostrado en tiempo récord su capacidad para presionar a los medios informativos violando la libertad de expresión, y ha impuesto su proyecto legal hoy todavía suspenso de politizar la justicia okupando la cúpula del poder judicial. ¿Qué progresismo es ese con el que se asocia el presidente del Gobierno? Vale que se alíe con radicales por pragmatismo o supervivencia, pero que no diga que lo hace por progresismo, que no cuela.

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