Columna

El triunfo del Mal

En España, sin el grado de riesgo de otros países, la deriva autoritaria del Gobierno, el cierre ideológico de la oposición y el grave malestar social en plena pandemia, tampoco excluyen este peligroso avance

El presidente Trump durante un acto de campaña este lunes.Evan Vucci (AP)

L’enfer, c’est les autres”, “el infierno son los otros”. La frase de Jean-Paul Sartre encaja con la experiencia histórica del último siglo. La construcción del infierno para el individuo puede proceder de los actos de otros hombres que le aplican decisiones conducentes a su sufrimiento y destrucción. Y que lo hacen conscientemente, gozando en esa actuación de dominio y aniquilamiento del otro. Ese sadismo ha sido una constante histórica, y ningún ejemplo más claro que los mongoles, denominados por sus víctimas tártaros, es decir, infiernos humanos.

La crisis social, producto de ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

L’enfer, c’est les autres”, “el infierno son los otros”. La frase de Jean-Paul Sartre encaja con la experiencia histórica del último siglo. La construcción del infierno para el individuo puede proceder de los actos de otros hombres que le aplican decisiones conducentes a su sufrimiento y destrucción. Y que lo hacen conscientemente, gozando en esa actuación de dominio y aniquilamiento del otro. Ese sadismo ha sido una constante histórica, y ningún ejemplo más claro que los mongoles, denominados por sus víctimas tártaros, es decir, infiernos humanos.

La crisis social, producto de la Gran Guerra, creó la oportunidad para que el sadismo político resultase operativo, inyectándolo en movimientos de masas con el fin de aplastar las organizaciones obreras y la democracia. La función creó el órgano. Como en la pintura negra de Goya, todo aquelarre —y el fascismo lo es— requiere tener a su frente un Gran Cabrón, que fije los objetivos de la política de odio y violencia destructores del otro. La difundió mediante la comunicación de masas en un permanente espectáculo. Su contenido: la inversión de significados, asignada tradicionalmente al diablo (Arbeit macht frei), el imperio de la Mentira, que culmina en la deificación de quien preside el aquelarre. Una religión del Mal.

La victoria de las democracias en 1945 pareció conjurar el peligro. Pero el huevo de la serpiente ahí estaba. Por lo que concierne a Estados Unidos, contó la convergencia entre una política imperialista dispuesta a destruir por doquier la libertad, con tal de preservar su dominio, y la resistencia del poder blanco a que los derechos humanos, orientados a la igualdad racial, acabasen con una secular pos-esclavitud. La sacralización correspondió a la omnipotencia de un capitalismo desregulado, aunque bordeara el infierno en 2008. Nada más lógico que el autodesignado para akerra de tal círculo de brujas fuese un magnífico ejemplar de capitalista depredador y especulador, partidario furibundo del poder blanco, machista, y alzado a la popularidad desde un reality show en que impuso la mentira y el sadismo. Siempre la Mentira. Pasado el trauma de Obama, la América profunda encontró su hombre. Si pierde, debería abandonar el poder. No lo hará, proclamando su victoria en cuanto los resultados parciales por Estados lo permitan. Si luego los resultados son otros, clamará contra el fraude. Mentira suprema. Agonía de la democracia.

No es el único naufragio. En Rusia, retorno dictatorial. En India, supremacismo hindú. En Turquía, Erdogan descuartiza el proyecto modernizador kemalista y se lanza a un imperialismo agresivo e islamista como nuevo sultán. En España, sin ese grado de riesgo, la deriva autoritaria del Gobierno, el cierre ideológico de la oposición, el grave malestar social en plena pandemia, tampoco excluyen el avance del Mal.

Archivado En