Columna

‘Sexesionismo’

En pocos meses han saltado tres escándalos que han acarreado dimisiones o ‘dimi-expulsiones’, esas renuncias en apariencia voluntarias, en los tres partidos secesionistas catalanes

Quim Arrufat, durante una intervención en un acto de campaña de la CUP.ALEJANDRO GARCÍA

Proliferan los casos de presuntos abusos y agresiones sexuales a cargo de dirigentes políticos de los tres partidos secesionistas catalanes: Junts per Catalunya, Esquerra Republicana y la Candidatura d’Unitat Popular. En pocos meses han saltado tres escándalos que han acarreado dimisiones. O dimi-expulsiones, esas renuncias en apariencia voluntarias. Pero que son forzadas, pues se formalizan un minuto antes de ejecutarse la amenaza de fulminante sanción.

Por orden de aparición, hace nueve meses dejó su cargo Carles Garcias, el jefe de gabinete del entonces conseller de Ext...

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Proliferan los casos de presuntos abusos y agresiones sexuales a cargo de dirigentes políticos de los tres partidos secesionistas catalanes: Junts per Catalunya, Esquerra Republicana y la Candidatura d’Unitat Popular. En pocos meses han saltado tres escándalos que han acarreado dimisiones. O dimi-expulsiones, esas renuncias en apariencia voluntarias. Pero que son forzadas, pues se formalizan un minuto antes de ejecutarse la amenaza de fulminante sanción.

Por orden de aparición, hace nueve meses dejó su cargo Carles Garcias, el jefe de gabinete del entonces conseller de Exteriores por Esquerra, Alfred Bosch. Este fue empujado a dimitir, a los dos meses, por las dudas de su partido sobre su grado de conocimiento —o absoluto desconocimiento— de las eventuales fechorías de su hombre de confianza, lo que le habría obligado a activar el protocolo de protección de las víctimas. Una investigación administrativa debe aún dirimir ese dilema, lo que condicionará su archivo o su traspaso a la fiscalía.

A principios de octubre saltó a conocimiento público a través del Ara un doble caso que involucró al también exdiputado Quim Arrufat. Este encarnó la cara más dialogante de la CUP, de la que actuó como gozne con Carles Puigdemont —según detalla el de Waterloo en su penúltimo libro—. Un caso fue por presunta violencia machista (hace seis años), y otro, de agresión sexual (hace tres). A Arrufat sí se le aplicó el protocolo de su partido. La investigación acabó en sanción de no elegibilidad electoral. Y permaneció secreta. Él se ha defendido acusando: “Hace tiempo que me persiguen”, sostiene. Se considera víctima de “extorsión”, pese a haber reconocido uno de los dos casos.

Y la semana pasada el nuevo/viejo partido de Puigdemont, Junts, forzó al exilio interior a su portavoz adjunto en el Parlament, Eduard Pujol, experiodista, ay, y exdirector general de RAC 1, ay, ay, ay: por presunto acoso. Sin mediar protocolo, del que extrañamente carece Junts, ejemplar ejemplo.

En los tres escándalos menudean episodios de discreción, o extrema confidencialidad, u ocultación; garantismo loable, pero para nada simétrico hacia las presuntas víctimas; lenta parsimonia antes de acudir al ministerio público. Todo muy exvaticano.

Los tres partidos salpicados no son los únicos en que habita la inmundicia. Pero esos suelen presumir de superioridad moral sobre los españoles con quienes comparten virtudes y defectos. También con la España negra de sus propios (quizá) acosadores.


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