Columna

La picha un lío

Lo que sí es un trastorno colectivo, que está expandiéndose como el virus y es tan corrosivo como él, es el que está provocando la incertidumbre y la falta de contacto social

Jeffrey Toobin en la PEN Literary Gala celebrada en Nueva York en 2018.Evan Agostini (AP)

Pienso mucho en ese hombre, Jeffrey Toobin, cuyo rostro me es familiar por sus análisis políticos en CNN, cuyo nombre ha encabezado prestigiosas crónicas sobre aspectos legales en The New Yorker. Es un tipo de 1960, dos años más que yo, pienso, así que está lejos de ser eso que llaman un nativo digital. Toobin es un advenedizo, un forastero en este mundo de pantallas en el que hemos tenido que aplicarnos a toda prisa. Eso sí, ha sido llegar al nuevo planeta y aferrarnos a él. En este mes pasado, el periodista estaba realizando uno de tantos zooms con colegas para estudiar la cobe...

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Pienso mucho en ese hombre, Jeffrey Toobin, cuyo rostro me es familiar por sus análisis políticos en CNN, cuyo nombre ha encabezado prestigiosas crónicas sobre aspectos legales en The New Yorker. Es un tipo de 1960, dos años más que yo, pienso, así que está lejos de ser eso que llaman un nativo digital. Toobin es un advenedizo, un forastero en este mundo de pantallas en el que hemos tenido que aplicarnos a toda prisa. Eso sí, ha sido llegar al nuevo planeta y aferrarnos a él. En este mes pasado, el periodista estaba realizando uno de tantos zooms con colegas para estudiar la cobertura de las elecciones. Tenía dos pantallas abiertas, una de carácter profesional, y la otra, íntima; en una, aparecía, de cintura para arriba, con una camisa formal, en la otra, de cintura para abajo, en pelotas. Con un clic iba de un universo a otro. En la confusión de lo público y lo privado, el hombre se hizo la picha un lío y se mostró ante sus pasmados compañeros masturbándose. Al parecer, alguno de los intervinientes trataron de advertirle del espectáculo que estaba dando, pero los correos caían en saco roto. El embarazoso momento trascendió y el analista ha sido enviado a casa, a reflexionar. Suspendido de empleo y sueldo. En la vieja tradición americana de hombres arrepentidos por deslices sexuales, Toobin pidió perdón a su mujer, a sus hijos, en fin. El episodio ha alimentado risas televisivas. La paja Toobin acabará acuñando este insólito momento sexual: dícese del hombre que se autoabastece sin reparar en que su actividad aparece en la pantalla de sus compañeros de trabajo. Y yo añadiría, durante la pandemia. Porque la realidad es que la abrumadora exposición a las pantallas caseras está creándonos una distorsión brutal entre lo público y lo privado. Los que creamos en casa sabemos algo de esto. No es raro que acudamos al médico por ansiedad o trastornos del sueño. El consejo tantas veces escuchado y otras tantas ignorado es que para encontrar el anhelado sosiego mental se ha de cerrar el estudio a una hora razonable de la tarde. Pero tener dos espacios es un lujo que pocos pueden permitirse, como tampoco es común ser tu propia jefa. El teletrabajo, por mucho que se establezcan nuevos derechos para regularlo, es una invasión de la vida íntima; aún más, es una manera eficacísima de erradicar la relación entre tus pares, una maligna proliferación de trabajadores burbuja que eliminan de sus vidas el aspecto social y el reivindicativo, por cuanto los avances de la clase trabajadora se han dado por el hecho de formar parte de un colectivo. ¿Están los sindicatos preparados para atender las necesidades de un batallón de hormigas solitarias? La realidad, lo sabe cualquiera, es que los horarios se han ampliado. La pantalla siempre está abierta para la demanda de última hora de un jefe. El trabajador está siempre disponible. En las pantallas que se encuentran en los dormitorios hemos visto desfilar al fondo del cuarto a maridos en calzoncillos (cuando no tías en bolas); los niños se han colado en ruedas de prensa; la tensión familiar a veces se ha sentido de manera inevitable.

El caso de la paja Toobin está siendo analizado por las empresas en las que trabajaba. Tal vez, se sugiere, el analista analizado padece un problema de adicción sexual, que es una manera muy cuca de convertir en trastorno la infidelidad. Lo que sí es un trastorno colectivo, que está expandiéndose como el virus y es tan corrosivo como él, es el que está provocando la incertidumbre y la falta de contacto social. No se puede vivir, ni amar, ni follar a través de una pantalla. Es posible que Jeffrey Toobin llevara ese día demasiados zooms en el cuerpo y, aunque ahora sea el hazmerreír y se burlen de su torpeza, estoy convencida de que hay más de los que creemos que andan recurriendo, como consuelo, a la paja virtual.


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