Columna

Falta un disparo para la guerra, falta un beso para el amor

Cuando te pilla por medio una pandemia, lo raro es no despertarse con una sirena anunciando el simulacro: “Imaginen que hoy es un día normal, vamos a actuar como si lo fuese por si algún día se da ese contratiempo”

The Rolling Stones en 1969.BARRIE WENTZELL

De niños participábamos en simulacros. En el colegio, sobre todo. Lo que pasa es que se hacían con la misma sirena del recreo, y la mayoría de las veces salíamos de clase unos encima de otros, enloquecidos. No temíamos al fuego, sino a perder un minuto más allí dentro. De mayor no volví a participar en ningún simulacro, supongo que porque en la edad adulta ya hay bastante de eso; en realidad, cuando eres mayor el simulacro es fingir que no hay fuego para saber cómo actuar. Y si te pilla por medio una pandemia, lo raro es no despertarse con una sirena gigante anunciando el simulacro: “Imaginen ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

De niños participábamos en simulacros. En el colegio, sobre todo. Lo que pasa es que se hacían con la misma sirena del recreo, y la mayoría de las veces salíamos de clase unos encima de otros, enloquecidos. No temíamos al fuego, sino a perder un minuto más allí dentro. De mayor no volví a participar en ningún simulacro, supongo que porque en la edad adulta ya hay bastante de eso; en realidad, cuando eres mayor el simulacro es fingir que no hay fuego para saber cómo actuar. Y si te pilla por medio una pandemia, lo raro es no despertarse con una sirena gigante anunciando el simulacro: “Imaginen que hoy es un día normal, vamos a actuar como si lo fuese por si algún día se da ese contratiempo”.

Lo más curioso es que tengo la sensación de que mi generación mira hacia atrás y aún no termina de reconocerse. Como una imitación de nosotros mismos que está empezando a formarse; una parodia que exige entrenamiento y suerte. Uno aquí ha de quitarse el maquillaje y, en la soledad del camerino, rodeado de rosas frente al espejo de bombillas, escribirse a sí mismo sin cautela, como si se estuviese despedazando limpiamente. Las palabras han de formarse como esas bolas en el tapete del billar que esperan a que alguien las haga estallar como un ligero Big Bang, un Big Bang tímido. Un Big Bang del que decir: “Sigan su camino, aquí no hay nada que ver”.

La guerra está a un tiro de distancia, el amor sólo a un beso (Gimme Shelter, Rolling Stones; el título del artículo es de Andrés Calamaro, que lo ha escrito mejor). Se acaba de publicar Simón, de Miqui Otero (Blackie Books). Es uno de esos libros que tienen la virtud de que les viene aún mejor la época en la que se leen que la época en la que se escriben. Por ejemplo, nada más empezar: “Parece mentira que con la cantidad de gente que cree tener la razón en el mismo momento y en todos los bares del planeta, el mundo no sea un lugar inmune a la enfermedad, ajeno a la desgracia, libre de infelices, plagado de maravillas”. No sólo es un inicio maravilloso; era una verdad amarga cuando Miqui Otero la escribió, y es una verdad insoportable ahora: ni inmunes a la enfermedad, ni ajenos a la desgracia, ni libres de infelices. Cada vez menos.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Simón es un protagonista a punto de perder el equilibrio, como todo lo que existe a esa edad en la que uno empieza a cruzar la calle solo. Hay un momento en que todo conspira para que falte sólo un disparo para la guerra y un beso para el amor; a veces ese momento son años, a veces les ocurre a las personas, otras veces, a los países (en el nuestro llevamos años acostumbrándonos a que esto ocurra así, si bien ahora la costumbre es tan grande que ya no tenemos derecho ni a la guerra ni al amor, sino a nada). Lo subrayó Rico, el primo de Simón, en uno de sus libros: “Tápate las orejas para no tener que desobedecer”.

O para salvarte. Es lo que hace Nicole Diver cuando ve a su marido Dick coqueteando burdamente con una jovencita. Está en Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald; la novela que habla de la manera más íntima posible de la aniquilación del amor, cuando ya todo es Vietnam: la caída de Saigón en un dormitorio. Dick convence a Nicole para nadar hasta la balsa en la que está la chica. Pero Nicole prefiere no subir a la balsa y se queda nadando alrededor; escucha su conversación, y bucea cuando dicen algo que le duele. El único problema es el oxígeno.

Sobre la firma

Archivado En