Una antorcha contra la muerte (y contra Trump)
El historiador Timothy Snyder cuestiona la sanidad de EE UU, que persigue sobre todo el beneficio
No es el historiador Timothy Snyder el que ha escrito Nuestra enfermedad, sino el hombre que ha visto a la muerte de cerca y que, mientras esperaba saber lo que podía sucederle, empezó en el hospital a tomar notas en un diario. El 3 de diciembre de 2019, se encontró mal cuando estaba en Múnich, pero los médicos no supieron ver qué le pasaba. Ya de regreso a Estados Unidos, el 15 de ese mismo mes fue operado en New Haven: su apéndice había estallado. En el escáner que le hicieron antes de la intervención, ya se vio que aquel episodio le produjo una infección en el hígado. Ni caso; lo dej...
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No es el historiador Timothy Snyder el que ha escrito Nuestra enfermedad, sino el hombre que ha visto a la muerte de cerca y que, mientras esperaba saber lo que podía sucederle, empezó en el hospital a tomar notas en un diario. El 3 de diciembre de 2019, se encontró mal cuando estaba en Múnich, pero los médicos no supieron ver qué le pasaba. Ya de regreso a Estados Unidos, el 15 de ese mismo mes fue operado en New Haven: su apéndice había estallado. En el escáner que le hicieron antes de la intervención, ya se vio que aquel episodio le produjo una infección en el hígado. Ni caso; lo dejaron irse con los suyos 24 horas después. Se fue de vacaciones con su familia a Florida, seguía con molestias. El 23 acudió a los médicos para que le dijeran algo. Lo ingresaron para hacerle pruebas, lo soltaron al día siguiente. No hubo otra que forzar el regreso a casa el 28. Fue conducido directamente del aeropuerto al hospital con dolores brutales. Un día después, lo metieron al quirófano tras pasar 17 horas en urgencias. “Tenía un absceso del tamaño de una pelota de béisbol en el hígado, y la infección se había extendido a la sangre”, explica. Era una septicemia, podía no haberlo contado.
Timothy Snyder escribió con rabia ese diario. Lo primero que constató fue la singularidad de su caso. Estaba tremendamente solo, a punto de convertirse en una cifra: un muerto más en las estadísticas. Punto, se acabó la historia. Cuando estaba ya dado de alta, estalló la crisis del coronavirus. Cientos de miles de personas iban a pasar por circunstancias parecidas a la suya: salas de urgencias atestadas, actitudes racistas, médicos y enfermeros muchas veces distraídos entre los protocolos a los que están obligados y la realidad del sufrimiento que los rodea. Snyder apunta directamente al sistema sanitario de su país. “En Estados Unidos, uno tiene a menudo la sensación de que los hechos se rigen por una lógica oculta, y es verdad: la lógica del beneficio”, escribe. No importa el enfermo, lo prioritario son las facturas que cada organismo privado pueda endosarle tras ocuparse de sus males. “Un cuerpo genera ingresos si tiene una enfermedad adecuada durante el periodo de tiempo apropiado”, apunta más adelante.
Al mismo tiempo que Snyder se descubría único, solo, abandonado a su suerte, a punto de quedar fulminado y reducido a nada, comprende también lo que significa la empatía. Están los otros, y cada vida está mezclada con las de los demás. Es entonces cuando celebra los logros del Estado del bienestar y se acuerda de los servicios públicos que utilizó durante su estancia en Viena: “Eran parte de una infraestructura de solidaridad que mantenía unidos a todos y les hacía sentir que, a fin de cuentas, no estaban solos”.
Son muchas las maneras de leer Nuestra enfermedad. Una de ellas es desgarradora porque muestra hasta qué punto los desmanes de Trump están debilitando la democracia de Estados Unidos: basta con ver, además, cómo el presidente se ha comportado estos días tras saberse contagiado por el virus. Hay otra que invita a la esperanza: es necesario luchar contra ese sistema que concentra tanta riqueza en tan pocas manos y tenemos que recuperar la cercanía y la complicidad. Estamos juntos; Snyder lo dice así: “Cada uno de nosotros lleva una antorcha que arde contra la muerte”.