Ni cambios, ni devoluciones
Muchos no dicen lo que creen, sino lo que queremos oír. No dicen lo que deben, sino lo que calculan
Melania Mazzuco nos regala una figura definitiva, clave para la supervivencia, que se puede extrapolar a la literatura y la política. En Estoy contigo, una especie de A sangre fría en la que la italiana disecciona el devenir de una inmigrante africana tras su llegada a Roma, narra los procedimientos por los que las comisiones que conceden el asilo se fían o no de los aspirantes. Nunca pueden comprobar los hechos y en muchas ocasiones, y pese a la penuria que perciben en el solicitante...
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Melania Mazzuco nos regala una figura definitiva, clave para la supervivencia, que se puede extrapolar a la literatura y la política. En Estoy contigo, una especie de A sangre fría en la que la italiana disecciona el devenir de una inmigrante africana tras su llegada a Roma, narra los procedimientos por los que las comisiones que conceden el asilo se fían o no de los aspirantes. Nunca pueden comprobar los hechos y en muchas ocasiones, y pese a la penuria que perciben en el solicitante, si detectan que su historia es repetida, copiada de alguien a quien le funcionó y que no puede sostenerse en datos propios ni concreción alguna, la respuesta es “no”. No hay piedad.
Algo así ocurre –o debería ocurrir- en la literatura. Los grandes nos dejaron cánones que podemos copiar, caminos que podemos recorrer, pero nunca habrá otra madalena, otra ballena, otro molino de viento que estructure una escalada hacia la cima de una creación. Nunca nos darán gato por liebre. O no deberían. Podemos transitar por esos cánones, pasar el rato, imitar, pero deberemos intentar adueñarnos de ellos, ensancharlos, cavar hondo para hacerlos propios y regarlos de autenticidad si queremos que se fíen.
“El Estado no exige que comprueben lo hechos. Sería imposible. Un refugiado casi nunca es capaz de proporcionar pruebas de la persecución que ha sufrido. Lo que el Estado pide es que los hechos narrados sean verosímiles”, dice Mazzucco en Estoy contigo (Anagrama). “Esto es lo que se le pide también al autor de una novela. Si es capaz de suspender nuestra incredulidad, si lo seguimos hasta la última página, si creemos en los hechos que inventa y nos ensimismamos en sus protagonistas”.
No le vale la repetición al refugiado, por muy desamparado que esté, como no vale la copia al escritor o artista que discurra en esos cánones sin grabar su propio sello, su esfuerzo, su tiempo, su verdad.
Y algo así pasa también en política, en toda la vida pública.
En momentos como los que hoy vivimos, en que todos nos enfrentamos a la doble incertidumbre sanitaria y laboral, hemos sumado otra más y es la incertidumbre política. Y esta vez no por desconocimiento, sino porque en las figuras que gobiernan se vislumbra un halo de corta y pega que discurre en el carril de la imitación. Burda imitación. A un pellizco sucede otro pellizco, a un tuit otro tuit, a una excusa otra excusa, a una bandera otra bandera, a una acusación otra acusación, a un señalamiento, otro. La cadena de copias ha entrado en bucle y ninguno de esos aspirantes a asilo está sabiendo transmitir una historia verosímil, creíble, directa, propia, enfocada a la solución, sino solo a salvarse el pellejo. No dicen lo que creen, sino lo que creen que queremos oír. No dicen lo que deben, sino lo que calculan.
Y nosotros, erigidos en imaginaria comisión de asilo, no les podemos creer. Solo que a diferencia de los solicitantes o de los libros malos, a estos no les podemos devolver.