¿Qué interés tienen los pobres de Brasil en distinguir entre Bolsonaro o de Lula?
Para los más necesitados, el presidente y el exmandatario de Brasil pueden ser igualmente los nuevos dioses de quienes esperan alivio a su infierno o dos políticos corruptos como todos
Las élites económicas y los más pobres no suelen tener ideología. Las primeras tienen solo intereses y los segundos hambre y desconfianza en todos los poderes. La diferencia es que los más pobres tienen la riqueza y el despilfarro ante sus ojos, mientras que los satisfechos han tendido un velo sobre ese mundo de la miseria para no verla. Los anulan dentro de ellos para no tener que sentir sus gritos de rabia y mancharse con sus lágrimas.
Por ello ni las élites de la avaricia ni los pobres de todo suelen tener ideología. Los poderosos porque se encuentran bien con cualquier política que ...
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Las élites económicas y los más pobres no suelen tener ideología. Las primeras tienen solo intereses y los segundos hambre y desconfianza en todos los poderes. La diferencia es que los más pobres tienen la riqueza y el despilfarro ante sus ojos, mientras que los satisfechos han tendido un velo sobre ese mundo de la miseria para no verla. Los anulan dentro de ellos para no tener que sentir sus gritos de rabia y mancharse con sus lágrimas.
Por ello ni las élites de la avaricia ni los pobres de todo suelen tener ideología. Los poderosos porque se encuentran bien con cualquier política que les deje mantener sus privilegios. Los pobres porque lo único importante para ellos es sobrevivir. Cualquier Gobierno, de cualquier color les va bien si les hacen llegar las sobras de la opulencia y del despilfarro. ¿O es que los pobres sabían la ideología de Lula y hoy saben la de Bolsonaro? A ellos les basta el dolor de cada día.
De ahí que a los diversos populismos de derechas y de izquierdas les interesa que no acaben los pobres para poder ofrecerles, a cambio de sus votos, los restos del banquete. Así no sacarán las uñas ni tendrán ganas ni tiempo de rebelarse.
¿Por qué creen que hoy ante la pandemia están con más miedo las clases altas que las necesitadas a pesar de que son estas últimas las que más mueren? Porque la vida para los más pobres cuenta poco. Están acostumbrados a ser siempre ellos los más sacrificados y olvidados a su suerte. Hay un dicho que me asombró al llegar a Brasil que escuché de boca de un trabajador pobre y semianalfabeto: “Pobre tiene que morir”.
Esos pobres están anestesiados con tanta violencia y discriminación acumulada durante su vida. A los ricos y a los mercados les interesan las masas de pobres solo como consumidores. Por eso los Gobiernos más populistas más que cultura y educación prefieren darles electrodomésticos. Los supermercados les anestesian.
A veces nos quejamos de que los pobres son pasivos, que no se rebelan ante la injusticia. Sin duda que si los que viven hacinados en los guetos de las grandes ciudades, aplastados entre la violencia del tráfico y del Estado, decidieran bajar a la planicie, a la ciudad de la riqueza y de las casas blindadas, harían temblar el sistema. Pero están demasiado ocupados en poder llevar cada día comida a los platos de sus hijos.
Desde el tiempo de los romanos hasta hoy se acusa a los pobres de estar satisfechos con “pan y circo”. ¿Es que el estado del bienestar les ofrece algo más? ¿Es que les asegura, por lo menos, como exige la Constitución trabajo, habitación, salud y educación de calidad?
Así, a esos pobres, ocupados como lo están con sobrevivir no les quedan tiempo ni fuerzas para batallas políticas y sociales. ¿Qué significa para ellos la libertad o la democracia? De lo que más entienden es de la esclavitud. Y el capitalismo cada vez más feroz que domina nuestra sociedad les entretiene y compra con pedazos de espejo como ya hicieron los primeros colonizadores con los nativos o con los esclavos.
Pasan los siglos, la tecnología avanza y el hombre empieza a conquistar el cosmos pero los pobres siguen siendo el blanco del atraso y de la violencia. Todo el resto: ideología, democracia o dictadura resbala sobre sus hombros curvados por la ignominia de las esclavitudes y por tantas violencias acumuladas.
Como escribió días atrás con lucidez, Carla Jiménez, responsable de la edición brasileña de EL PAÍS, en un dolorido análisis sobre la situación actual, para muchos de los millones de pobres la diferencia entre las ideologías opuestas es solo “um risco de giz que se apaga a cada invasión policial injustificada ou nos soterramentos de barracos improvisados”. (Es solo un riesgo de tiza en el suelo que se apaga con cada invasión policial injustificada, o en los entierros de chozas improvisadas).
Para los más pobres, Bolsonaro o Lula pueden ser igualmente los nuevos dioses de quienes esperan alivio a su infierno o dos políticos corruptos como todos. Sabemos que no es verdad, pero para quien tiene hambre y sufre violencia y desprecio desde siglos no sirven nuestras categorías políticas. Ellos viven más mirando al suelo que a las estrellas, por miedo a perder las sobras que les arrojan desde lo alto del poder.
No olviden a los políticos que en las horas dramáticas como las que vive Brasil intenten una vez más envenenarles con falsas promesas, porque los pobres tienen buena memoria y sabrán, en la hora justa, unir sus fuerzas, sus frustraciones e injusticias atávicas y hacer oír su voz. Y podrían hacer temblar nuestra frágil seguridad burguesa bordada sobre los escombros de una civilización cada vez más cruel que da las espaldas a la tragedia que viven todos los discriminados. Ellos son tristemente la gran mayoría de este país rico y creativo que debería ser de todos y que un puñado de poderosos lo ha secuestrado y puesto de alfombra a sus pies.