Semestre crítico
La profundidad de las crisis que afronta España no permite complacencias
Termina el semestre (largo) seguramente más crítico de la reciente historia española, porque ha concitado, superpuestas, varias crisis de intensidad sin par: la sanitaria provocada por el coronavirus; la peor recesión económica desde la Guerra Civil; la continuidad de la tensión territorial (en Cataluña); el desafío a la estabilidad europea, finalmente encauzado de forma muy positiva, y, como colofón, el impacto institucional de las investigaciones en Suiza que han culminado, de momento, con la salida de España del rey emérito. Cada una por sí sola daría para un trastorno mayúsculo y para dese...
Termina el semestre (largo) seguramente más crítico de la reciente historia española, porque ha concitado, superpuestas, varias crisis de intensidad sin par: la sanitaria provocada por el coronavirus; la peor recesión económica desde la Guerra Civil; la continuidad de la tensión territorial (en Cataluña); el desafío a la estabilidad europea, finalmente encauzado de forma muy positiva, y, como colofón, el impacto institucional de las investigaciones en Suiza que han culminado, de momento, con la salida de España del rey emérito. Cada una por sí sola daría para un trastorno mayúsculo y para desestabilizar la gobernanza de turno. Por eso resulta muy notorio que esos reveses hayan sido encajados por la ciudadanía española con resaltable serenidad. El Gobierno, como primer responsable de gestionarlos, ha superado la prueba, lo que indica que, pese a su débil mayoría en el Parlamento y la escasa cohesión interna, ha realizado apreciables contribuciones a su solución. De lo contrario, difícilmente habría sobrevivido.
Una evaluación objetiva debe computar en su haber la correcta elección de las prioridades económicas y sociales (salvar empresas y empleos); el recurso a los ERTE; el diseño del ingreso mínimo vital; la firmeza en el estado de alarma y el confinamiento; la búsqueda de sintonías en la Conferencia de Presidentes y su impulso al plan europeo de recuperación económica.
Por todo ello, pero también por los difíciles meses que se avecinan, conviene evitar el triunfalismo y la autocomplacencia. La comparecencia de ayer del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, esquivó los dolorosos resultados de la pandemia, así como el peor comportamiento de la economía española respecto a otros países de su entorno. De haberse evitado las disfunciones internas del Ejecutivo de coalición, causadas sobre todo por la pulsión partidista y escasamente institucional de su socio menor, el panorama actual y futuro sería quizá menos aciago. En todo caso, de los escasos anuncios realizados ayer por Sánchez —en contraste con su prolija intervención— conviene subrayar su disposición a elaborar unos Presupuestos de consenso, aunque la idea case mal con el propósito de partir de un programa de gobierno ya desbordado por los acontecimientos. También el compromiso de no iniciar una consolidación fiscal —el necesario retorno, a medio plazo, al rigor presupuestario— hasta la recuperación del nivel de crecimiento económico anterior a la pandemia.
Mucho más acertado resultó el pasaje de la comparecencia de prensa dedicado a la salida de España del rey emérito. La combinación de la necesaria firmeza en los principios de rectitud pública con el adecuado respeto a la Jefatura del Estado y a la institución de la Monarquía parlamentaria es el enfoque adecuado ante un asunto de esta envergadura en una democracia madura. Sánchez ofreció poca información significativa —en cuestiones como la seguridad de don Juan Carlos—. Resulta indispensable cubrir ese vacío con la mayor transparencia, tanto en lo que se refiere a recursos como a actuaciones. Su enfática declaración de que el Gobierno —”que yo presido”— defiende el pacto constitucional y su clave de bóveda, la Monarquía parlamentaria, debió sonar como toque de atención a su vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, tras su intempestiva reacción a la salida de España de Juan Carlos I.