Esos cinco puntos porcentuales que separan a Italia de la meta
Con todo, si el país transalpino jugara bien sus cartas, podría desempeñar un papel crucial en la partida por el clima que se disputará en los próximos meses
Son cinco los puntos porcentuales que separan lo que Italia debería hacer para detener el calentamiento global de lo que ha prometido llevar a cabo: Roma ha asumido indirectamente el compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 1,7 % cada año, desde ahora hasta 2030, mientras que las Naciones Unidas, en el Informe sobre la Brecha de emisiones de 2019, ha estimado que, para no superar el umbral del aumento de la temperatura del planeta de 1.5 ° C, el corte debe ser de 7.6 % anual. Cinco puntos de diferencia, como decíamos, que son la instantánea del retraso verde...
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Son cinco los puntos porcentuales que separan lo que Italia debería hacer para detener el calentamiento global de lo que ha prometido llevar a cabo: Roma ha asumido indirectamente el compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 1,7 % cada año, desde ahora hasta 2030, mientras que las Naciones Unidas, en el Informe sobre la Brecha de emisiones de 2019, ha estimado que, para no superar el umbral del aumento de la temperatura del planeta de 1.5 ° C, el corte debe ser de 7.6 % anual. Cinco puntos de diferencia, como decíamos, que son la instantánea del retraso verde de Italia.
El documento que debería haber representado el punto de inflexión es el Plan Integrado de Energía y Clima (Pniec), enviado el pasado enero a la Comisión Europea. En ese texto, el Gobierno estableció los objetivos nacionales para 2030 en eficiencia energética, fuentes renovables y reducción de emisiones de CO2. El problema es que el plan posibilita una reducción del 37 % en las emisiones italianas para 2030, respecto a los valores de 1990, mientras que el objetivo actual de Bruselas es del 40 % por lo menos. Y no solo eso: a estas alturas, muchos países europeos consideran el 40 % como un objetivo insuficiente y para finales de año el indicador podría elevarse hasta el 55 %. La Alemania de Angela Merkel apoya una revisión en este sentido, consciente de que incluso reducir las emisiones más de la mitad podría no ser suficiente para evitar una crisis climática de consecuencias catastróficas.
Italia, sin embargo, se conforma con el 37 %. Y la Agencia Nacional de Nuevas Tecnologías, Energía y Desarrollo Económico Sostenible (ENEA), ha calculado que, para lograr los objetivos del plan integrado, Italia debería reducir las emisiones de gases de efecto invernadero una media del 1.7 % anual, muy por debajo del 7,6 defendido por las Naciones Unidas. Y digo debería, porque 2019, en cambio, se cerró con un recorte de apenas el 1% respecto al año anterior.
Por lo tanto, Italia ha asumido compromisos insuficientes que además tendrá dificultades para cumplir. Da la impresión de que al país transalpino le cuesta desarrollar una estrategia energética verdaderamente sostenible. Cierra las centrales eléctricas de carbón, un proceso que debería completarse para 2025, pero al mismo tiempo potencia el gas, otro combustible fósil (un 15 % de aumento en los primeros nueve meses de 2019) y echa el freno a las fuentes renovables, después de años de incentivos que habían permitido la eclosión de la energía fotovoltaica. Las recientes ayudas ecológicas para los automóviles se ha extendido también a quienes compren un diésel Euro 6, para contentar a los concesionarios, incapaces de deshacerse de los miles de vehículos inmovilizados durante meses en las explanadas a causa de la emergencia de la covid-19. Una decisión anacrónica para las asociaciones ambientalistas, que hubieran preferido que los incentivos gubernamentales beneficiaran solo a vehículos híbridos y eléctricos. También han llovido críticas similares a las ayudas ecológicas reservadas al sector de la construcción: las obras de adaptación energética para primeras y segundas viviendas saldrán prácticamente gratis, con una transferencia de crédito fiscal del 110%. Ahora bien, ¿esa inyección de dinero redundará realmente en una mayor eficiencia energética del patrimonio inmobiliario italiano y, por lo tanto, en una reducción de las emisiones? ¿O servirá únicamente para dar algo de oxígeno al sector de la construcción, sumido en una profundísima crisis?
Con todo, si Italia jugara bien sus cartas, podría desempeñar un papel crucial en la partida por el clima que se disputará en los próximos meses. Del 1 al 12 de noviembre de 2021, se celebrará en Glasgow una decisiva cumbre climática de la ONU, destinada a implementar los Acuerdos de París y en la que cada nación comunicará definitivamente sus recortes de CO2. Pues bien, esa cumbre será organizada por el Reino Unido, ya fuera de la UE después del Brexit, y por Italia, justo cuando la Unión Europea está asumiendo el liderazgo global de la transición hacia un mundo de cero emisiones. Italia, por lo tanto, se encontrará representando a la UE en la mesa de presidencia de la COP26 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático). Pero su autoridad en la gestión de las negociaciones corre el riesgo de verse lastrada precisamente por esos cinco puntos porcentuales que la separan de la meta prefijada.
Luca Fraioli es periodista científico en el diario ‘La Repubblica'.
Traducción de Carlos Gumpert.