Columna

El sueño perdido del Rey

Todo lo resumió ya Cristina de Borbón: “Me educaron en lo que tenía que hacer, pero nunca me dijeron lo que no debía hacer”. Porque resulta que había que decírselo

Juan Carlos I posa con otro cazador delante de un elefante abatido en Botsuana en 2006, en una fotografía publicada por la web de la compañía Rann Safaris.

Poco antes de las cinco de la mañana del viernes 13 de abril de 2012, el rey de España, Juan Carlos I, se levantó de la cama en un campamento de Botsuana, donde estaba cazando elefantes, tropezó contra un escalón y se rompió la cadera. Tenía 74 años y era intocable. Desde ese día, mientras España se pregunta qué jefe de Estado se da unas vacaciones de lujo para matar animales en África con cinco millones de parados y hasta dónde llega la sombra de la mujer que lo acompañaba, él probablemente se haga otras preguntas: adónde carallo iba en mitad de la noche, por qué no encendió la luz, po...

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Poco antes de las cinco de la mañana del viernes 13 de abril de 2012, el rey de España, Juan Carlos I, se levantó de la cama en un campamento de Botsuana, donde estaba cazando elefantes, tropezó contra un escalón y se rompió la cadera. Tenía 74 años y era intocable. Desde ese día, mientras España se pregunta qué jefe de Estado se da unas vacaciones de lujo para matar animales en África con cinco millones de parados y hasta dónde llega la sombra de la mujer que lo acompañaba, él probablemente se haga otras preguntas: adónde carallo iba en mitad de la noche, por qué no encendió la luz, por qué no dejó el agua en la mesilla, por qué no fue al baño antes de dormir o qué necesidad, en fin, había de levantarse. Uno puede, dijo De Quincey, cometer el más aberrante de los crímenes, pero corre el riesgo de acabar faltando un día a misa.

Es conocido todo lo que pasó después: nada que no hubiese pasado antes, pero publicado. La declaración que Corinna Larsen hizo al fiscal que investiga si los 65 millones de euros que el rey de Arabia Saudí dio al rey Juan Carlos I fue una sobrecomisión por las obras del AVE a La Meca, revelada por EL PAÍS, tiene el mismo sentido exacto que la monarquía en España: se exige fe a falta de razones; fe en que un rey extranjero dé ese dinero porque sí, fe en que el siguiente monarca español salga mejor. Hay que creer, por tanto, que el dinero se lo regaló el rey saudí a Juan Carlos I a cambio de nada, y éste a su vez se lo regaló a Corinna Larsen “por gratitud y amor”. Con semejante euforia respecto a esos 65 millones lo sospechoso no es que Corinna se los quedase, sino que no los regalase al aparcacoches del hotel Connaught. Es posible que, vistas las declaraciones, el asunto acabe en un fastuoso “circulen”, uno más, aun siendo destripado un modus operandi que, entre bancos suizos que no indagan a fondo el origen del ingreso (la higiénica y muy valorada Arabia Saudí), fundaciones, estructuras ad hoc y paraísos fiscales, no recuerda tanto a una millonaria historia de amor como a un manual de instrucciones de blanqueo de capitales. Todo lo resumió ya Cristina de Borbón en medio del escándalo Noos, según revelación de Ana Romero en su Final de partida (La Esfera, 2015): “Me educaron en lo que tenía que hacer, pero nunca me dijeron lo que no debía hacer”. Porque resulta que había que decírselo.

La consecuencia de la bancarrota moral del juancarlismo, ese movimiento social fundado por pudorosos, ha desembocado en el republicanismo pragmático (dícese de los que se proclaman republicanos sin tocar nada “porque con Felipe VI estamos muy bien”, como los catalanes que quieren el referéndum “para votar no”; no discuto su existencia: en la final de Milán había madridistas a los que no les importaba que ganase el Atleti “porque el fútbol se lo debe”). Y han dejado al anterior Rey —al que hace 10 años colocaban por encima de monarquías y repúblicas— viejo, enfermo, cansado y pendiente no ya de que la sociedad española le crea, sino de que lo haga un juez. ¿Qué hubiera pasado si aquella noche no hubiese tropezado con un escalón? Insomne a las cinco de la mañana en un campamento de Botsuana, no deja de tener gracia que en su último discurso oficial antes de irse de safari dijese que el paro juvenil de España le hacía “perder el sueño”. Mira que si fue eso.

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