Ciencia sin política
La pandemia ha llevado a muchos políticos a descuidar su papel. Han delegado en tecnócratas decisiones con costes inconmensurables
No me desagrada ver a Fernando Simón subido a una moto en la portada de una revista ni a Anders Tegnell, el epidemiólogo jefe sueco, tatuado en el brazo de un fan. Cada época tiene sus protagonistas y ellos, junto a las miles de personas luchando en primera línea contra el virus, lo son. El problema es convertir a Simón o Tegnell en héroes, o villanos para la oposición.
La democracia se enfrenta a un enemigo feo y conocido: los populismos que amenazan con imponer soluciones autoritarias. Pero nos acecha otro peligro, nuevo y seductor: la tiranía de los expertos. Pensar que existen soluc...
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No me desagrada ver a Fernando Simón subido a una moto en la portada de una revista ni a Anders Tegnell, el epidemiólogo jefe sueco, tatuado en el brazo de un fan. Cada época tiene sus protagonistas y ellos, junto a las miles de personas luchando en primera línea contra el virus, lo son. El problema es convertir a Simón o Tegnell en héroes, o villanos para la oposición.
La democracia se enfrenta a un enemigo feo y conocido: los populismos que amenazan con imponer soluciones autoritarias. Pero nos acecha otro peligro, nuevo y seductor: la tiranía de los expertos. Pensar que existen soluciones científicas para todos los problemas sociales y que basta con encomendarse a los “criterios de los expertos”.
Es ciencia ficción. La complejidad de la política no puede resolverse aplicando una fórmula científica. Las discusiones políticas son, por definición, irresolubles. Siempre hay perdedores y ganadores. Siempre. Obama decía que todas las decisiones que tuvo que tomar durante su presidencia eran imposibles. Las cuestiones que se podían solucionar con criterios técnicos jamás llegaban al Despacho Oval. Se tomaban más abajo.
Con lo que, la vida de Obama, y de cualquier político serio, es un drama continuo. Les toca elegir a diario entre la espada y la pared, entre una medida que hará mucho daño a unos pocos, a cambio de un poco de beneficio a unos muchos, o viceversa. El buen político se deja asesorar por científicos, pero no decide en función de principios científicos, sino morales.
La pandemia ha llevado a muchos políticos a descuidar su papel. Han delegado en tecnócratas decisiones con costes inconmensurables. Los Gobiernos insisten en que siguen al pie de la letra las recomendaciones de los científicos como Simón o Tegnell, eludiendo así su responsabilidad.
Como señala el politólogo Anders Sundell, quizás vale la pena que Suecia tenga 5.000 muertos más por coronavirus que Dinamarca si, a cambio, el PIB cae un 1% menos. Quizás. No hay una respuesta objetiva al dilema entre vidas hoy y la economía —más vidas futuras—. O entre abrir las escuelas, asumiendo un riesgo X de contagios, y mantenerlas cerradas, dañando a las nuevas generaciones. Estas decisiones no puede tomarlas el científico más sabio del mundo, sino el político más representativo de cada país. El experto es aliado del político, no su escudo ante las críticas. @VictorLapuente