Cerrar el Amazonas
En un Brasil epicentro ya de los contagios globales, el virus impacta con más virulencia, como en todas partes, a las poblaciones más vulnerables
La imagen es desoladora: un pequeño grupo de indígenas apuntando con sus flechas hacia un helicóptero. Ellos, miembros de una tribu no contactada del Amazonas. La nave, propiedad de Ethnos360 —nuevo nombre de Misión Nuevas Tribus—, un grupo evangélico misionero cuyo propósito es convertir a su religión a indígenas aislados; aunque ellos no quieran; aunque al hacerlo propaguen enfermedades; aunque esté prohibido por la Constitución brasileña. Con 115 grupos identificados, Brasil es el país que más indígenas no contactados alberga. Desde que Jair Bolsonaro llegó a la presidencia se han intensifi...
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La imagen es desoladora: un pequeño grupo de indígenas apuntando con sus flechas hacia un helicóptero. Ellos, miembros de una tribu no contactada del Amazonas. La nave, propiedad de Ethnos360 —nuevo nombre de Misión Nuevas Tribus—, un grupo evangélico misionero cuyo propósito es convertir a su religión a indígenas aislados; aunque ellos no quieran; aunque al hacerlo propaguen enfermedades; aunque esté prohibido por la Constitución brasileña. Con 115 grupos identificados, Brasil es el país que más indígenas no contactados alberga. Desde que Jair Bolsonaro llegó a la presidencia se han intensificado las acciones de los misioneros evangélicos para extender su proselitismo y, de paso, presionar para abrir sus tierras a la explotación comercial.
Hace unos días, la justicia de Brasil dio una buena noticia: anuló el nombramiento de Ricardo Lopes Dias, controvertido misionero del citado grupo evangélico, como jefe de la oficina para pueblos indígenas no contactados de la Fundación Nacional del Indio (Funai). Como lo describió Survival International, era “poner al zorro al frente del gallinero”. Una jugada muy del gusto del presidente, dispuesto a demostrar al mundo que la Amazonia es suya y que puede hacer con ella lo que le venga en gana.
Más allá de lo anacrónico de la evangelización forzada en pleno siglo XXI, supone una grave amenaza para la salud de los indígenas en tiempos de pandemia. En un Brasil epicentro ya de los contagios globales, el virus impacta con más virulencia, como en todas partes, a las poblaciones más vulnerables. El Amazonas se ha convertido en una autopista para su circulación. La Organización Panamericana de la Salud ha alertado de su rápida extensión en ciudades como Manaos, Leticia e Iquitos, en las fronteras brasileña, colombiana y peruana, y, a partir de ahí, a otras comunidades. La falta de servicios médicos y la dificultad de acceso hacen el resto. La situación es tan grave que algunos se han planteado cerrar el Amazonas… algo impracticable.
La catástrofe sanitaria viene a sumarse a la medioambiental. La deforestación ha aumentado en Brasil más del 50% en el primer trimestre de 2020, en relación con el mismo periodo del año anterior. Confesado por el propio ministro de Medio Ambiente, el Gobierno de Bolsonaro se aprovecha de que la atención de los medios está ahora en la crisis sanitaria para acelerar leyes y decisiones que en otro momento serían fuertemente cuestionadas.
Brasil es también uno de los países más peligrosos para los defensores del medio ambiente y de las propias comunidades indígenas. Unas comunidades cuya cultura y cuyo conocimiento constituye la mejor barrera en la lucha contra la desforestación y por la conservación de la biodiversidad.
Hoy, Día Mundial del Medio Ambiente, sirva este pequeño homenaje para todos los que dedican su vida a defenderlo.