Tribuna

¿El fin del neoliberalismo?

El eje central de un programa ecosocialista debe ser la redistribución de la riqueza y de los recursos

Varias personas, a la espera de recoger alimentos en el almacen de la Cruz Roja en Mataró (Barcelona).Enric Fontcuberta (EFE)

Se dice, y es verdad, que la crisis económica y social provocada por la pandemia lo cambia todo. Cabe preguntarse, en este sentido, si también supone el punto final de lo que conocemos como “neoliberalismo”. Entendido como el entramado de políticas, dinámicas económicas e intereses que han impregnado en las últimas décadas las agendas de los Gobiernos y de las instituciones internacionales —y, por supuesto, también de las comunitarias—, en torno a la bandera de “más mercado”.

Es cierto, la crisis actual ha revelado dramáticamente la fragilidad e inconsistencia de los postulados básicos ...

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Se dice, y es verdad, que la crisis económica y social provocada por la pandemia lo cambia todo. Cabe preguntarse, en este sentido, si también supone el punto final de lo que conocemos como “neoliberalismo”. Entendido como el entramado de políticas, dinámicas económicas e intereses que han impregnado en las últimas décadas las agendas de los Gobiernos y de las instituciones internacionales —y, por supuesto, también de las comunitarias—, en torno a la bandera de “más mercado”.

Es cierto, la crisis actual ha revelado dramáticamente la fragilidad e inconsistencia de los postulados básicos neoliberales. Esto es lo que ha acontecido con la división internacional del trabajo articulada en torno a las cadenas transnacionales de creación de valor. Esas cadenas se han roto, propiciando una brusca interrupción de los suministros y el colapso de los mercados, contribuyendo de esta manera a la paralización de una parte importante del tejido empresarial. Dándose la paradoja, además, de que en toda Europa no tuviéramos capacidad de producir las necesidades básicas para responder ante una emergencia sanitaria.

Otro tanto cabe decir de la supuesta superioridad del mercado frente a lo público, que ha justificado las políticas de ajuste presupuestario y la mercantilización y privatización de servicios básicos para la vida como la sanidad y los cuidados… Sin embargo, el cortafuegos para detener y superar la enfermedad ha sido responsabilidad de un sector público muy debilitado justamente por las políticas neoliberales.

Asimismo, la aparición y extensión del coronavirus, y de otras enfermedades, es el resultado de unas dinámicas a escala global cuyo único objetivo ha sido hacer máximo el crecimiento económico, provocando la persistente alteración de los hábitats naturales y una profunda degradación de los ecosistemas.

¿Debe ser interpretado lo anterior como que emerge un escenario posneoliberal? Si no hacemos nada, puede que todo lo contrario. Podemos asistir a una aceleración neoliberal utilizando la crisis como una coartada para llevar a cabo reformas que agraven aún más la situación social, pero que beneficien a una minoría y refuercen sus posiciones de privilegio. Por el momento, los pilares centrales que sostienen el orden neoliberal permanecen intactos; solo desde su cuestionamiento tendremos la oportunidad de sentar las bases de otra economía al servicio del bien común, que enfrente los retos de una emergencia climática y que ponga la vida en el centro de sus políticas.

En primer lugar, debemos cuestionar la situación actual caracterizada por una formidable concentración de la renta y la riqueza, que no ha dejado de aumentar en los últimos años y décadas. Cualquier alternativa debe pasar por el combate de la desigualdad, interviniendo en las realidades que son fuente y reflejo de esa desigualdad, como la fiscalidad, la precariedad, la austeridad y/o los cuidados. En definitiva, volver a poner en el centro del debate la redistribución de la riqueza y de los recursos como eje central de un programa ecosocialista.

En segundo término, las grandes corporaciones, las manos visibles de los mercados, se han configurado como una economía en la sombra que gobierna el mundo reforzando un poder corporativo que condiciona, en su propio beneficio, la agenda de los Gobiernos y las instituciones. Un auténtico secuestro de la democracia donde la lex mercatoria impera sobre cualquier otro derecho. Toda alternativa que cuestione el statu quo actual tiene que pasar por una profundización democrática que acabe con el poder corporativo y permita el control social de sectores estratégicos de la economía necesarios para el bien común.

En tercer lugar, la deuda se ha mantenido en el centro de todo el engranaje económico. No solo ha seguido creciendo con fuerza, especialmente el endeudamiento de las corporaciones no financieras, sino que se ha acentuado su dimensión más volátil e inestable. Sin romper con el chantaje de la deuda que atenaza las cuentas públicas y que está acompañada de una condicionalidad macroeconómica es imposible responder ante las emergencias sanitarias, sociales y ecológicas a las que nos enfrentamos.

No estamos ante los “restos del naufragio” del orden neoliberal, pero desde luego esta crisis ha desnudado sus limitaciones, mostrándolo incapaz de asegurar algo tan básico como la propia vida y el bienestar de las mayorías sociales. Aun así, las piezas clave de este orden están en pie y los grupos económicos que lo sostienen están jugando sus bazas; aprovechando la oportunidad brindada por esta situación de excepcionalidad para beneficiarse de la misma y reforzar sus posiciones de privilegio. El primer paso para el fin del neoliberalismo, es, ineludiblemente, pensar que es posible otro sistema que anteponga nuestras vidas a sus beneficios.

Fernando Luengo es economista y Miguel Urbán es eurodiputado y miembro de Anticapitalistas.

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