Contra la excepción española
En la Transición y ahora, la sociedad va muchos kilómetros por delante de la dirigencia y de los estigmas y estereotipos que los intelectualmente perezosos utilizan para tratar de dar color a sus relatos
Podría ser de otra manera. Los españoles hemos demostrado una disciplina social que incluso a nosotros nos ha sorprendido. La inmensa mayoría ha cumplido con rigor uno de los confinamientos más duros de Europa. Nada más anunciar el Gobierno que julio y agosto pueden ser meses vacacionales —o algo parecido—, las consultas para reservas en la playa o en el interior se dispararon. Pero no antes.
Ya nos pasó otra vez. En 1976, a la muerte del dictador, este país sorprendió al mundo y encontró la manera de sobreponerse durante la Transición a los asesinatos de la extrema derecha, de ETA, a l...
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Podría ser de otra manera. Los españoles hemos demostrado una disciplina social que incluso a nosotros nos ha sorprendido. La inmensa mayoría ha cumplido con rigor uno de los confinamientos más duros de Europa. Nada más anunciar el Gobierno que julio y agosto pueden ser meses vacacionales —o algo parecido—, las consultas para reservas en la playa o en el interior se dispararon. Pero no antes.
Ya nos pasó otra vez. En 1976, a la muerte del dictador, este país sorprendió al mundo y encontró la manera de sobreponerse durante la Transición a los asesinatos de la extrema derecha, de ETA, a la ruina económica y a la inexperiencia de la democracia. Falta cerrar la herida de los muertos en las cunetas y en las fosas comunes, que en aquel momento se aplazó y lo tenemos en el debe 40 años después. Pero supieron hacerlo. No éramos una excepción. España no era diferente. La sociedad iba muchos kilómetros por delante de la dirigencia y de los estigmas y estereotipos que los intelectualmente perezosos utilizan para tratar de dar color a sus relatos.
Ahora se vuelve a hablar de la excepción española. El panorama político es ciertamente desolador. Un Gobierno incapaz de articular mayorías para asuntos vitales en momentos críticos; una oposición hambrienta de poder, que le lleva la contraria a los hechos y a la ciencia; una extrema derecha bravucona y exaltada; y un sinfín de partidos nacionalistas o independentistas periféricos, progresistas o conservadores que, a la hora de verdad —y estamos en una gran hora de la verdad— , no se mueve, en su mayoría, de los intereses de su esquinita.
Y sin embargo, podría ser de otra manera. Es de otra manera. Los sanitarios han compartido sus conocimientos ante una enfermedad nueva, como si no hubiera 18 sistemas públicos de salud. A rigurosa distancia y con mascarillas, decenas de ciudadanos los apoyan ante centros de salud y hospitales. Hay redes de apoyo en todos los barrios, activadas por voluntarios que reparten alimentos y productos de higiene. Empresas grandes y pequeñas han puesto su logística y sus fondos al servicio de la emergencia sanitaria y económica. Hay miles de autónomos reinventándose. Y en esta crisis se ha puesto a los vulnerables en el frontispicio de todas las políticas. Esto también es España.