Editorial

Falacia xenófoba

Trump congela ‘sine die’ la entrada de demandantes de asilo escudándose en la pandemia

Vista de la Casa Banca.ANDREW HARRER / POOL (EFE)

La orden ejecutiva firmada por Donald Trump que suspende durante 60 días toda la entrada de inmigrantes en Estados Unidos constituye, sin duda, una de las medidas de mayor carácter xenófobo realizadas por el mandatario desde que llegara a la Casa Blanca en enero de 2016. Precisamente entonces inauguró su presidencia con otra polémica decisión de cierre de fronteras para algunos extranjeros —entre ellos los de religión musulmana— que fue debidamente tumbada en los tribunales por anticonstitucional. Pero Trump, en pleno año electoral, no solo reincide en el error, sino que lo hace adoptando una ...

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La orden ejecutiva firmada por Donald Trump que suspende durante 60 días toda la entrada de inmigrantes en Estados Unidos constituye, sin duda, una de las medidas de mayor carácter xenófobo realizadas por el mandatario desde que llegara a la Casa Blanca en enero de 2016. Precisamente entonces inauguró su presidencia con otra polémica decisión de cierre de fronteras para algunos extranjeros —entre ellos los de religión musulmana— que fue debidamente tumbada en los tribunales por anticonstitucional. Pero Trump, en pleno año electoral, no solo reincide en el error, sino que lo hace adoptando una medida que va contra la misma naturaleza histórica de la sociedad estadounidense.

Desde el jueves y hasta nueva orden miles de demandantes de asilo no podrán cruzar la frontera ni desde México ni desde Canadá. El argumento falaz que ha empleado el mandatario es que no puede garantizar su seguridad sanitaria. Es cierto que Estados Unidos es el país del mundo con mayor número de contagiados y muertos a causa de la covid-19, al igual que lo es que gran parte de la responsabilidad recae sobre el propio presidente, quien se ha empeñado una y otra vez en negar la importancia de la pandemia. Lo que está haciendo Trump es utilizar esta excusa para aplicar una medida claramente ideológica y de dudosa legalidad tanto interna como internacional. Todos los países firmantes de la Convención de Ginebra (y EE UU lo es) están obligados a acoger a aquellas personas que soliciten asilo y a quienes se reconozca como tales después de haber sopesado su demanda. Desde el jueves, EE UU ni siquiera escucha. La medida ya estaba en vigor el pasado 20 de marzo con carácter provisional, pero lo que ha hecho el presidente con su orden ejecutiva es convertirla en permanente al albur de su criterio personal para retirarla.

Trump ha marcado su presidencia por la continua estrategia de buscar enemigos exteriores e interiores que alejen la atención de las habitualmente controvertidas decisiones con las que afronta diferentes problemas. EE UU, como Europa, tiene ante sí el difícil reto de gestionar la llegada de miles de personas que, por diferentes motivos, tratan de buscar una vida mejor. Precisamente ese es el punto en el que se ha basado desde su fundación el país norteamericano para construir la democracia más poderosa del mundo. Trump, cuyo abuelo, madre y esposa no nacieron en EE UU, sigue empeñado en utilizar torticeramente la gestión de quienes vienen de fuera para su provecho político personal, y lo hace en un país que ha alcanzado su grandeza precisamente gracias a millones y millones de personas que llegaron del extranjero.

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